Muchas veces un filme nos remite al espíritu de otros creadores, como es el caso de El Gran Hotel Budapest. El director Wes Anderson no solo crea una magia visual portentosa, sino que redescubre el espíritu de Stefan Zweig, escritor europeo injustamente olvidado. Así regresó a mis manos su libro El mundo del ayer, algo del cual quiero dejarles en días aciagos:

“Y a pesar de todos los gritos que aún resuenan en mi oído, a pesar de lo que yo e infinidad de compañeros de destino hemos sufrido en humillaciones y pruebas, no puedo renegar totalmente de la fe de mi juventud en que alguna vez el mundo volverá a elevarse, pese a lo que está sucediendo. Aun desde el abismo de horror en que nos agitamos medio ciegos, con el alma destrozada y confusa, vuelvo una y otra vez a levantar la mirada hacia los viejos astros que brillaban sobre mi infancia, y me consuelo al recurrir a la heredada confianza de que esta caída, vista en el futuro, será solo un intervalo en el ritmo eterno del progreso”. (O)