Marcelo y Maritza Cino Alvea

29 de Julio de 2012

En su magnífico poemario Cuerpos guardados (2008), usted escribió: “No oigo voces ni silencios/ solo el espectáculo de hacer el amor con la muerte”. Exijo una explicación.
El espectáculo de la muerte fue un acto amoroso en mi fantasía, tanto así que hoy lo recuerdo como un  disparo hacia mis kilométricos fantasmas con tiempo de caducidad, y aunque no he podido volver a esa esencia poética, a veces lo encuentro, sin reconocerme, hasta como epígrafe de un texto de psicoanálisis. ¿Qué le  parece?

Inquirida sobre con cuál personaje histórico le gustaría compartir y conversar, en cierta ocasión usted respondió: “Con el Marqués de Sade”. Exijo otra explicación.
Leyendo en alguna etapa al Marqués de Sade, fluyeron las perversiones del inconsciente e imaginé su oscuro método de literaturizar dialogando con mi deseo de atravesar los límites con breves logros de éxito.

¿Cuánto le impactó la muerte de su abuela? ¿La poesía la redimió de aquel espanto?
Ver el rostro de la muerte es un desequilibrio que a uno no solo la hunde, sino que la   mantiene por mucho tiempo en la cuerda floja, haciendo malabares a pesar del mal físico y de la torpe habilidad de resurrección.

¿Es posible que producto de la consternación de aquella pérdida usted tuvo que recurrir a la  máscara del humor?
Arribó como una opereta, me redimió del espanto con tardanza y desde entonces algunos eventos son un filme memorable.

Como docente universitaria, ¿no cree que el saber es como la riqueza: mientras más se reparte menos le toca a cada uno?
Así toca, la docencia me sorprendió y yo trato de sorprender a mis estudiantes con alguna novedad y ellos me devuelven algo inédito, aunque la otra fortuna no sea cuantiosa.

¿Cuál es el rol principal de la poesía: regar una maceta, cultivar un jardín o roturar un bosque?
Ignoro esas nobles faenas, pero la poesía exige retos y ritos que me  emplazan a surcar y remover  todas las esencias posibles e imposibles.

Hoy, ¿cuáles son sus libros de cabecera?
El Mundo, de Juan José Millas, aunque se extravió en calidad de préstamo, de un amigo que murió. Ahora exploro Océano Mar, de Alessandro Baricco.

¿Sí o no que la verdadera revolución literaria ocurre cuando comienzan a protestar las letras… de cambio?
Creo que aún no la he experimentado, debe ser porque estoy al día.

Se dice que el placer estético está en el ojo del que mira, pero pregunto: ¿Aunque el observador sea tuerto?
Usted me hace pensar en la otra mirada, siempre diferente, menos literal, más ontológica  y a su vez  más inasible de predicar.

¿Es el silencio el súmmum de la contemplación espiritual?
Puede ser, sobre todo para el que resista contemplarse en  él.

¿Qué quisiera que escriban en su epitafio?
Mis nombres y apellidos completos.

¿Cuál será su alegato en el Día del Juicio Final?
Ya era tiempo y espero vernos en el gran banquete con buena comida.

¿Qué piensa hacer después de muerta?
Perder la memoria y dormir silente.

Hágase una pegunta y contéstela.
¿Lo he vivido todo?... Ahora,  no lo sé.

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