¿Qué puede ofrecer la Literatura al Derecho?

01 de Abril de 2012
  • El juez de la serie Gente de Justicia (Les gens de justice), 1845-1848, del caricaturista francés Honoré Daumier (1808-1879).
  • Terence Stamp en Billy Budd (1962)
  • Anthony Perkins en El Proceso (1962)
  • Al Pacino en El Mercader de Venecia (2005)
  • Marcelo Mastroniani en El Extranjero (1967)
Mauricio Guim Alfago*, especial para La Revista

Es ya una realidad en las universidades más importantes de EE.UU.: el profundo estudio de las leyes incluye el análisis de las grandes obras de la literatura mundial.

Cada vez es más frecuente ver en los currículum de las escuelas de leyes americanas una o varias materias sobre Law and Literature (Ley y Literatura). Desde hace varios años todas las universidades Ivy League de los EE.UU. ofrecen estos cursos. Las universidades de Harvard y Pennsylvania con el clásico nombre de Derecho y Literatura.

La Universidad de Columbia con el de Conexiones entre el Derecho y la Literatura. La Universidad de Yale como un curso de Interpretación en el Derecho y la Literatura. Y la Universidad de Cornell con el título de Derecho y Literatura: El Jurado Como Audiencia. Además de las Ivy League, otras prestigiosas universidades como Chicago, NYU y Berkeley también han incorporado esta materia a sus respectivos pénsums.

En el continente europeo, no obstante que esta tendencia ha sido menos promocionada que su contraparte americana, el enfoque interdisciplinario del Derecho en la Literatura ha generado el mismo interés por parte de académicos y científicos. Profesores de las universidades de Rotterdam, Giessen, Bergen, Newcastle, London y Cambridge han sido reconocidos mundialmente por sus trabajos en esta materia. Y de hecho, una de las compilaciones más importantes sobre estos estudios, Colección de Derecho y Literatura, de Michael Freeman y Andrew Lewis, fue publicada en 1999 por Oxford University Press.

¿A qué se debe este creciente interés de los abogados por las ficciones y novelas? Comenzando por su base retórica y su énfasis especial en la narrativa, el Derecho y la Literatura se relacionan de múltiples formas. Son innumerables las novelas que tienen como telón de fondo o escenario principal un juicio, el abuso de la autoridad judicial, los conflictos entre la ley y la justicia, la práctica de la abogacía o las relaciones entre el crimen, el castigo y la venganza. Se podrían destacar como ejemplos clásicos, por señalar algunos, Los Justos y El Extranjero, de Albert Camus; Rey Lear, Medida por Medida y Hamlet, de William Shakespeare; Oliver Twist y La Casa Desolada, de Charles Dickens; Los Hermanos Karamazov y Crimen y Castigo, de Fyodor Dostoievsky; y 1984 y La Rebelión en la Granja, de George Orwell. En el caso de los escritores contemporáneos se podría mencionar las trabajos de Scott Turrow o Kermit Roosevelt.

Origen y trayectoria del movimiento Derecho y Literatura

El movimiento que da origen a esta tendencia se fundamenta en la relación interdisciplinaria entre la Literatura y el Derecho. Para Robin West, las raíces de este nuevo campo de investigación se encuentran en dos de los más importantes desarrollos del pensamiento jurídico contemporáneo: 1) La creciente duda sobre si la letra de la ley puede ser una fuente de valor o autoridad per se; y 2) La constante atención al cambio de significado de los textos jurídicos, especialmente de las normas constitucionales.

Los primeros en vislumbrar las conexiones entre el Derecho y la Literatura fueron Benjamín Cardozo, juez de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, y John Wingmore, profesor de Northwestern University Law School. “Novelistas y poetas fueron los principales maestros del Derecho en la primera mitad del siglo XX”, llegó a afirmar Cardozo en uno de sus fallos. Pero los investigadores contemporáneos aseguran que el fundador oficial es James Boyd White, el primero en escribir un manual que cita pasajes de novelas y ensayos como materiales de lectura y fuente de argumentos jurídicos y morales.

El movimiento empezó a llamar más la atención en los años setenta, y ya en los ochenta había ganado un espacio importante en la academia americana.

¿Los abogados y las novelas?

Las principales figuras del movimiento Derecho y Literatura consideran que las novelas pueden ser una herramienta eficaz para la crítica a normas legales e instituciones sociales. Hay ciertas obras que contienen un conocimiento importante sobre la naturaleza del Derecho y la Justicia. Cuestiones que no se aprenden en las facultades de Derecho ni en las firmas de abogados.

Las situaciones presentadas en esta clase de literatura pueden servir para comprender las circunstancias políticas, sociales y personales que atraviesan las personas que se presentan ante una Corte o que viven un problema legal, afirman Richard y Robert Weisberg.

Dotar de sensibilidad a los jueces y humanizar la práctica de la abogacía son solamente algunas de las razones para que las facultades de Derecho en Ecuador empiecen a dictar cursos y seminarios sobre el Derecho en la Literatura.

A diferencia de los antecedentes de un fallo, las novelas conceden la posibilidad de vivir situaciones que no han sido experimentas personalmente por el lector, al mismo tiempo que ayudan a comprender mejor las motivaciones y los valores de otros seres humanos.

La literatura también puede expandir los horizontes de nuestras emociones y sentimientos. La historia de una novela puede producir en los lectores empatía con situación de otra persona, además de sinceras reacciones emocionales a experiencias y circunstancias ajenas a nuestra cultura y realidad. Algo que no sucede con las ideas y los conceptos. “Uno puede describir y explicar lo que es la justicia o la compasión, y aun así no sentirlas”.

Por otro lado, la literatura también puede servir para mejorar nuestras destrezas retóricas y habilidades para escribir.

Los escritores judiciales más distinguidos, como Oliver Wendell Holmes o Learned Hand, eran versados maestros en literatura y reflejaron desde muy temprana edad la educación de élite en la que crecieron.

El miedo a las novelas

En uno de sus mejores ensayos sobre la novela y la ficción, Mario Vargas Llosa nos cuenta cómo los inquisidores españoles prohibieron que se publicaran o importaran novelas en las colonias hispanoamericanas con el argumento de que esos libros disparatados y absurdos, es decir, mentirosos, podían ser perjudiciales para la salud espiritual y mental de los indios.

Al prohibir no una obra determinada sino un género literario en general, nos explica Vargas Llosa, los españoles demostraron que fueron acaso los primeros en temer la naturaleza de la ficción y sus posibilidades de cambiar la mente y los valores de los seres humanos.

¿Qué efectos puede tener una novela para que el Santo Oficio las haya prohibido? Los inquisidores sostenían que las novelas y las ficciones siempre mienten y ofrecen una visión falaz de la vida. “En efecto, a diferencia de la historia, que se centra en la narración de hechos que ocurrieron en realidad, las ficciones y novelas mienten –no pueden hacer otra cosa– pero esa es solo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad”.

No se escriben novelas para contar la vida o la realidad, sino para transformarla. Todas las novelas rehacen la realidad, o la embellecen o la empeoran, pero en cualquier caso comunican un mensaje y una visión diferente del mundo que nos rodea. Una realidad alternativa, posible y deseable. En esos sutiles o groseros agregados reside la originalidad de una ficción. Y ella es más profunda cuantos más numerosos sean, a lo largo del espacio y el tiempo, los lectores que identifiquen esos “contrabandos de la realidad, filtrados a la vida” y “demonios que nos desasosiegan”.

Los inquisidores españoles vislumbraron el peligro. Vivir las vidas que uno no vive es fuente de ansiedad y transformación, un desajuste con la existencia que puede tornarse en rebeldía, actitud indócil frente al mundo establecido y sus injusticias.

El conflicto entre la ley y la justicia

En Billy Budd de Herman Melville (1888-1891), la Fuerza Naval Británica recién había pasado por algunos intentos de amotinamiento. Uno de los oficiales decide acusar injustamente a Billy Budd, y pone en conocimiento del capitán del barco el supuesto intento de motín por parte de este ingenuo joven. El experimentado capitán llama al acusador y a Billy Budd a su cabina, y le solicita que responda a la denuncia del oficial, que como sabemos no era más que un invento.

El encuentro del hombre con la justicia

En El Proceso de Franz Kafka (1883-1924), un par de funcionarios no identificados detienen una mañana Joseph K. limitándose a informarle que se encuentra procesado. El nombre de la novela no representa solamente este tortuoso y desesperante juicio, sino también la transformación que sufre el protagonista como consecuencia de su encuentro con la “justicia”.

El cumplimiento y la interpretación de los contratos

En El Mercader de Venecia de William Shakespeare (1596-1598), el joven Bassanio desea enamorar a la noble y hermosa Portia pero carece de los medios económicos para hacerlo. Desesperado de amor recurre a su noble amigo Antonio, que le ofrece ser su garante si consigue un prestamista. Bassanio encuentra a Shylock, un judío que ofrece prestarle tres mil ducados y si no le son devueltos en la fecha pactada, Antonio deberá pagar la deuda con “una libra de su propia carne”.

La pena de muerte y la moral

El protagonista de El Extranjero de Alberto Camus (1913-1960) es un ser indiferente hacia la vida. Mersault no siente amor ni odio por nadie. Tampoco tiene ningún tipo de miedo, esperanza o ambición. La insensibilidad hacia la muerte de su madre al principio de la novela es aterradora. Mersault es así, tan inconsciente como un animal. Es procesado por asesinar a un árabe, pero no sabe el porqué. Encarcelado, él recupera su conciencia, su humanidad y el control de su vida .

*Graduado como abogado en la Universidad Católica de Guayaquil.

 

 

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