Facundo Cabral y la cofradía de la Biela

20 de Noviembre de 2011
TEXTO: CAROLINA AMOROSO, desde Argentina

Amigos del fallecido cantautor argentino hicieron un homenaje. Ellos lo recuerdan, especialmente en sus reuniones en el bar La Biela de Buenos Aires.

Facundo CabralLa esquina del café La Biela es uno de esos rincones míticos de Buenos Aires. Desde sus comienzos fue el punto de encuentro de legendarias cofradías de hombres y solían reunirse allí las leyendas del Turismo Carretera y de la Fórmula Uno, entre ellos, el mismísimo Juan Manuel Fangio.

Algunos de los amigos de Facundo Cabral reunidos en La Biela. El lugar era visitTambién reunió entre sus mesas a algunos de los intelectuales y escritores más importantes de la Argentina. Las tardes de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares son parte del alma del lugar, y aparecen casi de inmediato entre las memorias de mozos que los vieron pasar.

A pocos metros de la barra –sobre la que se exhibe una serie de fotografías tomadas por Borges, para un libro de Bioy Casares– se reúnen todas las tardes, alrededor de una pequeña mesa, cuatro hombres, cuyas edades oscilan entre los 64 y  69 años. Ellos son: Roberto Graziano, artista plástico y fotógrafo; Horacio Bustos, productor de espectáculos ya retirado; Óscar Incandela, comerciante; y Guillermo Szkelske, productor de cine y televisión. Son los cuatro integrantes de “la mesa de Cabral”, como suelen llamarla los mozos, y se reúnen desde hace quince años, entre las 18 y las 19.

El martes 2 de agosto las cálidas luces de La Biela invitaban a entrar, y un simple café cortado era la receta perfecta para paliar el frío porteño cuando empezaba a oscurecer. Ese día, los cuatro integrantes de “la mesa de Facundo” nos invitaron a su tertulia.

Hablan sus amigos...

Luego de presentarse como un “peronista integral”, Horacio Bustos se encargó de abrir la charla con una aclaración: “Esta era la mesa de la que formaba parte de Facundo, como formamos parte cada uno de nosotros. Todos somos iguales en la mesa. Pese a que Facundo era un artista, él no se preocupaba por su ego. Sí, es cierto que él muchas veces disparaba la conversación. Contaba tantas cosas… de esos cuatrocientos o quinientos años que vivió”.

Mientras Bustos ironizaba sobre las mil historias del trovador, el resto de la mesa, reía y asentía con complicidad. “Creo que algún día va a aparecer por internet diciendo que está tocando en algún lado, o que se va a operar pasado mañana de un nuevo tumor”, dijo Bustos, a modo de remate.

Aún reconociendo todos los condimentos de ficción de las historias, no parecía haber, entre los contertulios, ningún reproche hacia las adornadas anécdotas de Facundo. Por el contrario, llamaba la atención, desde el principio, la notable precisión de los relatos y la firmeza con la que todos sostuvieron que Facundo no podía ser llamado “mentiroso”.

Graziano, el primero en conocer a Cabral, aseguró que las historias del cantautor revestían una magia especial: “Facundo contaba mil historias y pasaba algo mágico: muchas se convertían en realidad. Aparte, tenía una manera de contarlas tan linda que no importaba si las tomaba prestadas o si las exageraba”.

Cada uno recordó su historia preferida: la de un supuesto llamado de la Madre Teresa de Calcuta al hotel en el que se hospedaba durante una gira en México, la de las múltiples operaciones por diversas complicaciones de salud,  la de su encuentro con Perón a los 9 años, y la del día en que el mismísimo Narciso Yepes se ofreció a afinarle la guitarra.

Ninguno parecía tener una idea clara de por qué Facundo Cabral había optado por La Biela como lugar de encuentro.

En lo que todos parecían estar de acuerdo era en afirmar que Cabral tenía una profunda  fascinación por Buenos Aires, y que le venía, principalmente, de su gran admiración por Gardel. “Para él Gardel era todo”, sostuvo Bustos, “Y compartían muchas cosas en sus historias. Ni Facundo ni Gardel pudieron conocer a sus padres. Y para los dos, sus viejas eran esenciales”.

Luego, Graziano confesó, por primera vez para el resto de los integrantes de la mesa, que Cabral había llegado a decirle: “vos tenés suerte, porque vos sos porteño”. Casi sin darse cuenta, parecían descubrir, con cierto asombro,  cuál  era el atractivo que tuvo La Biela, ícono de Buenos Aires, para Facundo Cabral. Lo cierto es que el cantautor, junto a los primeros integrantes de la mesa, comenzaron incorporándose a la llamada “mesa de los intelectuales”, que lideraba el escritor Raúl Santana.

Café La Biela está ubicado en pleno barrio de Recoleta de la capital argentina.Incandela se refirió a ella con cierta distancia y dijo: “yo no pertenecía. Una vez que se abrieron, yo me incorporé a esta. Porque yo no soy un intelectual. Aparte Santana tenía el ego como el colesterol. Y pensaba que Facundo le robaba las historias. Si venía hoy Santana, no hablaba nadie más”. Era fácil advertir que algunos viejos rencores, también sobrevolaban la mesa.

Para los amigos de “la mesa de Facundo”, Cabral era un verdadero provocador, un generador de historias y de polémicas. Recordaron con un entusiasmo casi infantil los entredichos entre Cabral y otros hombres que supieron sentarse allí. El más recordado fue el que significó la retirada definitiva del periodista Antonio Carrizo de la mesa. Al parecer, Facundo Cabral le habría dicho a Carrizo: “y vos, qué tanto hablás de Borges, ¿qué sabrás realmente de él?”.

Mientras tres de los integrantes de la mesa, se entusiasmaban cada vez más con los recuerdos de Facundo, y abrían un abanico de personajes que se incorporaban a las memorias, uno de ellos brillaba por su ausente presencia.

Guillermo Szkelske no emitía palabra y, con la mirada esquiva, doblaba prolijamente una pequeña servilleta de papel. Solo se atrevió a acotar algo cuando sus compañeros describieron el ánimo de la mesa en los días que siguieron a la muerte de Facundo. En ese momento,  Szkelske levantó la mirada y, con una frase, lo resumió todo: “Silenciosa. Ahora, está mucho más silenciosa”.

Resultaba casi obvio preguntarse cómo estos cuatro personajes sobrellevan día a día la ausencia de su compañero de tardes. Horacio Bustos fue el primero en esbozar una respuesta: “no sé cómo se hace el duelo. Es muy reciente. Por ahí tendríamos que preguntarles a los muchachos de la mesa de El Cairo, cómo hicieron cuando se les fue el Negro Fontanarrosa”.

Desdichada profecía

El último encuentro que los integrantes de la mesa compartieron con Facundo Cabral fue el 1 de julio, ocho días antes de su muerte. Incandela se apuró en ser el primero en recordar que, en esa ocasión, Cabral había comentado que el viaje a Guatemala sería “su último viaje”.

Por obra del azar o de una desdichada profecía autocumplida, la muerte de Facundo Cabral se convirtió, para sus compañeros de tardes, en la última de sus historias fantásticas: muere un 9 de julio (día de la Independencia argentina), en Guatemala, lejos de su tierra. Fue asesinado brutalmente.

Lo trajeron al país en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana. Lo fueron a recibir el secretario de Cultura y el canciller. “Era un final que solo Facundo podía haber inventado”, acotó Graziano. Los demás, sonrieron y luego, con las sonrisas ya desdibujadas, se miraron en silencio.

Con los cuatro pocillos de café ya vacíos, la mesa de esa fría tarde llegaba a su fin.

Antes de levantarse de la mesa, Graziano sacó de su sobretodo gris un sobre color madera e hizo circular cuatro fotos que le había tomado a Cabral en el último tiempo. Ofreció hacer copias para todos y, cuando las fotos finalmente terminaron el recorrido de la mesa y volvieron a sus manos, bajó la mirada y dijo: “tengo la sensación de que en cualquier momento va a entrar por la puerta. Era muy divertido. Y nos hace mucha falta”.

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