En busca de las claves del universo

13 de Mayo de 2012
  • Un gigantesco transportador lleva una de las antenas hacia el Gran Conjunto Milimétrico/ submilimétrico de Atacama.
  • Trabajadores ensamblan una de las antenas que se usarán en la zona conocida como Alma.
  • Juan Salamanca es uno de los trabajadores encargados de armar los equipos y máquinas en Alma.
Simón Romero - The New York Times

En el desierto chileno de Atacama enormes telescopios se han instalado para escudriñar los secretos del universo.

Los camiones estaban entretenidos en la carretera hacia Llano de Chajnantor, una planicie del desierto de Atacama, a 5.058 metros sobre el nivel del mar, donde científicos instalan uno de los proyectos astronómicos en tierra más grandes del mundo. Duele la cabeza. Sangra la nariz. El mareo abruma a los investigadores que laboran a la sombra del volcán Licancabur.

“Y también está lo que llamamos piernas de gelatina”, comentó Diego García Appadoo, un astrónomo español que estudia la formación de galaxias. “Te sientes agotado, como si hubieras corrido la maratón”.

No obstante, las mismas condiciones que hacen que el Atacama, el desierto más seco de la Tierra, sea tan inhóspito, lo hacen seductor para la astronomía.
Lejos de ciudades grandes, el Atacama tiene escasez de contaminación por luz. Su clima árido evita que las gotitas de agua absorban las señales de radio. La altitud, tan elevada como los campos de base en el Himalaya, donde se preparan los montañistas que escalarán el monte Everest, hace que los astrónomos estén más cerca de los cielos.

Capitales extranjeros

Inaugurado en octubre pasado, el Gran Conjunto Milimétrico/submilimétrico de Atacama, conocido como Alma, tendrá desplegadas 66 antenas de radio cerca del lomo de los Andes para cuando esté terminado el año entrante.
Con financiamiento de más de mil millones de dólares principalmente de EE.UU., países europeos y Japón, el Alma ayudará a los científicos, privados de oxígeno, que van llegando a esta región, a estudiar los orígenes del universo.

El proyecto también fortalece la posición de Chile en la vanguardia de la astronomía. Ya hay observatorios dispersos por el Atacama, incluido el de Cerro Paranal, donde, en el 2010, científicos descubrieron la estrella más grande observada hasta la fecha, y el Interamericano de Cerro Tololo, fundado en 1961, que soportó el tumulto de la revolución y la contrarrevolución en Chile en los setenta.

Ver más allá

Sin embargo, el Alma abre una nueva etapa para la astronomía en Chile, preferido por las organizaciones internacionales de investigación por la estabilidad de su economía y su sistema jurídico. Como otros radiotelescopios, el Alma no detecta luz óptica, sino ondas de radio, lo cual permite a los investigadores estudiar partes del universo que son oscuras, como las nubes de gas frío de las cuales están formadas las estrellas.

Con el Alma, los astrónomos esperan ver dónde se formaron las primeras galaxias, y, quizá, hasta detectar sistemas solares que poseen condiciones para sustentar la vida, como planetas que tengan agua. Sin embargo, los científicos aquí expresan cautela sobre las probabilidades de encontrar vida en otras partes del universo, y explican que es factible que tal prueba definitiva siga siendo escurridiza.

“No podremos ver vida, pero, quizá, efectos de la vida”, dijo Thijs de Graauw, un astrónomo holandés y director del Alma.

No obstante, científicos creen que el Alma hará que sea posible dar saltos de transformación en el entendimiento del universo, permitiendo rastrear a los llamados trazadores de gases fríos, o cenizas de la explosión de estrellas de una época de unos cuantos cientos de millones de años después del Big Bang, a la cual los astrónomos denominan “amanecer cósmico”.

La construcción del Alma, dijo Jesús Mosterín –un prominente filósofo español que escribe sobre la frontera entre la ciencia y la filosofía, y estuvo en el observatorio el año pasado– se lleva a cabo “en el único momento en la historia en el que las ventanas hacia el universo se están abriendo de par en par”.

¡Otros más grandes!

Chile no es el único país que atrae grandes inversiones para proyectos astronómicos. Sudáfrica y Australia compiten para albergar un radiotelescopio aún más grande, el Conjunto de Kilómetros Cuadrados, que estaría en total funcionamiento para el 2024. China empezó a construir su propio gran radiotelescopio en un sitio que parece un cráter en la provincia sureña de Guizhou.

Al mismo tiempo, la crisis financiera en los países industrializados ricos planteó inquietudes de que podría haber restricciones en el financiamiento de algunos ambiciosos proyectos astronómicos. En EE.UU. un panel congresal propuso eliminar el año pasado al Telescopio Espacial James Webb de la Nasa antes de que un plan de gastos salvara al proyecto.

“Sería muy triste para la humanidad que fuéramos tan espiritualmente decadentes como para renunciar a los placeres de la conciencia y el conocimiento”, dijo Mosterín, reflexionando sobre las decisiones de fondeo que necesitan tomar los dirigentes políticos. “Estas cosas hacen que los seres humanos sean un animal sumamente interesante”.

Alejados de casi todo

El Centro de Apoyo a las Operaciones del Alma es un emplazamiento construido por científicos aquí, en Atacama, que ofrece una mirada al grado al que llegan las personas para lograr descubrimientos astronómicos.

Desde Chajnantor, donde demonios de polvo danzan por toda la planicie, el clima inusualmente extremo de los últimos meses ha incluido lluvias y tormentas de arena, un camino de terracería llega hasta las instalaciones, pasando enormes cactus, y manadas de burros y vicuñas silvestres.

El sitio, a una altitud de cerca de 2.900 metros, alberga a unos 500 investigadores y otros empleados en contenedores convertidos en viviendas. En un sistema similar al de las plataformas petroleras en mar abierto, los científicos tienen turnos diarios que duran hasta 12 horas durante ocho días seguidos. Muchos laboran en la noche.

“Zona de silencio”, dice un letrero en un área de los contenedores para los llamados dormilones diurnos del Alma.

Supervisores hacen cumplir otras reglas, asegurando un ambiente laboral casi tan austero como el paisaje marcianesco. Está prohibido el alcohol, y a quienes se encuentran bebiendo después de los viajes a San Pedro de Atacama, un pueblo a unos 30 minutos en coche, se los hace desintoxicarse en un retén de seguridad antes de entrar en el complejo futurista.

En la sala de control, donde los astrónomos pasan horas mirando pantallas donde está desplegado el conjunto de antenas, prevalece cierto humor negro. “Estamos bien en la sala de control, los 17”, dice un mensaje garabateado en un pedazo de techumbre y colocado en la pared después de que, por accidente, se dispararon las alarmas contra incendio en el 2011, encerrando herméticamente a quienes estaban adentro hasta que pudieron derribar una puerta y escapar.

La nota es una variación sobre el accidente minero del 2010 y el subsecuente rescate de 33 mineros en el desierto chileno, durante el cual ellos enviaron una nota a la superficie que decía: “Estamos bien en el refugio, los 33”.

Los acontecimientos en otras partes de Chile sorprenden ocasionalmente aquí, como las protestas antigubernamentales que han sacudido a regiones remotas del país este año y se propagaron en marzo a la cercana ciudad minera de Calama.

“Las protestas no son una preocupación directa”, dijo De Graauw, el director del Alma. “Son parte de un proceso democrático, no una revolución”.

No obstante, por momentos pareciera que los astrónomos estacionados aquí están tan alejados del mundo que los rodea como los mineros que trabajan bajo otras partes del Atacama. Predomina el inglés como el idioma oficial en el observatorio, uniendo a científicos de docenas de países.

Una sensación de sobrecogimiento todavía acompaña a la instalación de cada antena nueva. Se utilizan dos gigantescos transportadores hechos en Alemania, cada uno con 28 ruedas, y con motores equivalentes a dos autos de carreras Fórmula 1 para llevar las antenas. Llamados Otto y Lore, parecen gigantescos ciempiés mecanizados que avanzan por el árido paisaje.

“Hay una quietud que te llega en Chajnantor”, comentó Lutz Stenvers, un ingeniero alemán que llegó en el 2008 para coordinar a un equipo de General Dynamics que construye las antenas. “Entiendo por qué se eligió este lugar”.

  Deja tu comentario