Matilda no llora

Por Clara Medina
03 de Mayo de 2015

La novela Nadie me verá llorar, de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, publicada en 1999, sucede en diversos escenarios y espacios temporales, pero cada pieza, como si se tratara de un rompecabezas, es clave para armar una narrativa en la que todo calza de modo casi perfecto. La documentación histórica que inserta la autora (es historiadora de formación) y que sirve como marco, aporta hondura y solvencia.

La historia transcurre en México de fines del siglo XIX e inicios del XX, en una sociedad que vive los aires de modernidad de la época y los últimos años del porfiriato y en la que tiene lugar la revolución. Los personajes interactúan en ese contexto, son hijos de su tiempo, pero algunos, como Matilda Burgos, la protagonista, intentan ser distintos, escogen caminos diferentes.

Matilda es una mujer que realiza un tránsito del campo a la ciudad, de la vida de hogar y familia a la prostitución y, finalmente, al manicomio, donde permanece recluida por 28 años. En ese lugar muere. No tiene hijos y no quiere ser la esposa de nadie. De ella y de otros personajes da cuenta esta novela. La obra muestra un contraste entre aquellos que aceptan ser normados por la familia, la sociedad y el Estado y aquellos que desacatan esta estructura. Entre estos últimos está la protagonista.

Nacida en un hogar de campesinos, cuyo padre es cultivador de vainilla y alcohólico, la joven es enviada a la ciudad a los 15 años por consejo del sacerdote. Llega a la capital –ese espacio distinto, moderno– a vivir en la casa del tío, también de origen campesino, pero quien por medio del estudio y ocultando su pasado, se ha convertido en un triunfador. Él desea formarla desde una visión patriarcal, desde sus concepciones. Pero accidentalmente Matilda conoce a Cástulo Rodríguez y a Diamantina Vicario, dos personajes que luchan por la clase obrera, que serán clave en su vida, pues observando sus acciones ella cambia su visión del mundo.

Si hasta entonces el tío era su modelo a seguir, su único referente, a partir del contacto con estos descubre que existe una sociedad de clases, que hay opresores y oprimidos, y que el tío se encuentra en el primer grupo. Huye de la casa y comienza una errancia que la lleva a tomar las riendas de su destino. Matilda siente miedo y soledad, pero se promete que nadie la verá llorar, que vivirá todas sus pérdidas y dolores sin la intromisión de nadie. Teme la compasión ajena.

Desempleada, no le queda otra opción que prostituirse y es en un burdel, lugar en el que trabaja, donde es fotografiada por Joaquín Buitrago, un aristócrata que puede ser catalogado como un perdedor. Comienza allí una historia que tal vez pueda ser conceptuada como de amor. Quiere cuidarla y un día le pide que sea su esposa.

Matilda quiere descansar y lo logra, quizá, con su encierro en el manicomio. Permanece allí hasta su muerte y durante ese lapso “ningún suceso la perturba y nada la hace llorar”. ¿Está realmente loca? ¿La declaran loca? ¿Es para ella este lugar un espacio de encierro o un espacio de libertad? Es un sitio donde puede vivir acompañada de sí misma. Aprendió a amar la libertad con Diamantina Vicario, mujer inteligente y luchadora de la que se enamoró y quien le enseñó no solo música sino una filosofía de vida.

Asistimos, a través de las páginas, al recorrido de una mujer que habita en una sociedad que pretende normarla. Pero Matilda finalmente se oye a sí misma y tiene un solo deseo: “Déjenme descansar en paz”. (O)

claramedina5@gmail.com
Twitter: @claramedinar

  Deja tu comentario