Brasil desde las letras

Por Clara Medina
26 de Junio de 2016

Con el cuento Felicidad clandestina ingresé a la narrativa de Clarice Lispector. Luego leí otros dos textos de la autora. No más. Hasta que a inicios de 2015, mientras cursaba una maestría, me reencontré con esta escritora y su novela La pasión según G.H. No fue una obligación curricular la clase Literatura Brasileña. Se trató de una materia optativa. Algo así como si en un almuerzo que tiene menú fijo, le dieran al comensal la libertad de elegir el postre. Y de postre elegí Literatura Brasileña.

Mediante el conjunto de obras que leí, entendí que no hay un Brasil, sino muchos Brasiles, con raíces indígena, europea y africana. Que no hay una narrativa, sino múltiples narrativas, en las que se juntan el mito, el rito, la heterogeneidad, los cuestionamientos a la modernidad, las reflexiones sobre el mundo contemporáneo. Lo rural y lo urbano. Lo femenino. Los héroes y antihéroes. Las otredades.

Aunque a Machado de Assis lo había descubierto en la clase de Letras del siglo XIX, me encanté definitivamente con él mediante Las memorias póstumas de Bras Cubas. Es un experimentador de la literatura, que echa abajo convencionalismos (el narrador de estas memorias es un muerto) y logra una narrativa no solo ingeniosa sino, ante todo, potente y original. Leyéndolo, entendí la frase que alguna vez pronunció Nélida Piñón: “Si Machado de Assis existió, Brasil es posible”.

La novela La muerte y la muerte de Quincas Berro Dagua, de Jorge Amado, pequeña, divertida, delirante, que roza en lo fantástico, es como una visita a los sectores populares, al sincretismo y una contravención a esa idea de modernidad y progreso con la que se nos ha educado. Utiliza como recurso narrativo una escritura cercana al rumor, a la oralidad. Rubem Fonseca en sus cuentos Historias de amor aborda los dos polos de la sociedad urbana: la marginalidad y las clases altas, con un tono descarnado, seco. Y en ambas orillas se cuela una moral dudosa. Nélida Piñón toca temas como el machismo, lo patriarcal, la subjetividad femenina. En Macunaíma, de Mario de Andrade, y en los cuentos de Guimaraes Rosa encontré quizá de manera más explícita un Brasil mítico, con un componente rural, agrario, regional.

¿Si alguien me diera a leer un libro sin decirme que es de un escritor brasileño, podría darme cuenta de que ese autor es de Brasil? ¿Es posible reconocer ese tipo de huellas en la escritura? La respuesta quizás sea no. O a lo mejor sí. Lo que sí me quedó claro es que la literatura, aunque tiene un origen, una nacionalidad, va más allá de esas marcas. No es posible encontrar en esta una sola huella, sino múltiples huellas.

La literatura no arregla el mundo, lo problematiza. Despoja al lector de esa mirada única que a veces tiene y lo dota de una más amplia. No le endilgo sin embargo la facultad de total comprehensión, porque leyendo La pasión según G.H. encontré una frase que me interpeló: “Toda comprehensión intensa es finalmente la revelación de una profunda incomprehensión”. (O)

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