A la sombra de los portales
Una travesía por esta tradicional identidad arquitectónica del Guayaquil de ayer, hoy y siempre.
La vida de Guayaquil está en sus calles, lo repito siempre. Para conocer a esta ciudad hay que recorrerla a pie. Y nada mejor que a la sombra de sus portales.
El arquitecto y profesor universitario Esquilo Morán cuenta sobre el origen de los portales que los conquistadores españoles en sus Leyes de Indias ya establecían que: “Toda plaza, a la redonda, y las cuatro calles principales que de ella salen, tengan portales, porque son de mucha comodidad para los tratantes que aquí suelen concurrir…”.
Aunque en nuestra ciudad, los portales florecieron a lo ancho y largo de este jardín tropical a orillas del río Guayas y el estero Salado. “En el caso de Guayaquil –señala el arquitecto Morán–, el uso del portal no se limitó al perímetro de la plaza mayor, haciéndose extensivo a toda la ciudad. Así, desde sus fundaciones, el portal ha sido marco y escenario cotidiano de la vida en esta ciudad de soleamiento severo, aguaceros torrenciales, y agitado va y ven callejero”.
Desde siglos atrás, nacionales y extranjeros escribieron sobre esta hermosa y útil característica arquitectónica. Cuando en 1816 el francés Jean Mallet nos visitó, anotó: “En general las casas son de hermosa construcción; la madera de que están fabricadas es muy dura y de gran solidez; son de dos y tres pisos y las calles son anchas, alineadas y pavimentadas; todas tienen portales bien mantenidos, bajo los cuales se puede dar vuelta a la ciudad sin mojarse ni ensuciar el calzado”.
Siempre me he preguntado: ¿cómo habrá sido darle la vuelta a Guayaquil exclusivamente caminando por sus portales olorosos a cacao y madera fina?
Las dimensiones exactas de esos portales las publicó diario La Nación el 20 de marzo de 1896, cuando dio a conocer la ordenanza de Ornato y Fábrica: “Los portales tendrán tres metros de ancho, contados de la línea de fábrica a la pared. (…). El alto será invariablemente de cuatro metros, contados de la superficie del piso al tumbado del portal”.
Es en Correrías casuales por Ecuador donde se lee la más cotidiana y poética apreciación, escrita por Blair Niles en 1921: “Se podría bien llamar a Guayaquil, la ciudad de las arquerías o portales que sirven para resguardar a los transeúntes de los rigores del sol y de las aguas. (...) Después del almuerzo tan excelente, regresábamos a las posadas en momentos en que el calor llegaba a su máximo; pero era muy sencillo el remedio, con solo caminar por el interior de los portales”. Desde entonces el puerto fue conocido como Guayaquil, la ciudad de los portales.
El gran narrador José de la Cuadra en Guasinton: historia de un lagarto montubio, publicado en 1938, describe: “Las calles se asoman a las fachadas de las casas de umbrosos portales, hospitalarios refugios del sol quemante, los aguaceros cerrados de Chongón y los cortantes vientos de Chanduy”.
El Puerto de los portales
Algunas costumbres casi no cambian. A esa conclusión llegué cuando leí en la revista Patria, donde en 1907, el caricaturista Nogué, crítica y jocosamente, expone para qué sirven los portales en Guayaquil: como improvisados restaurantes de vendedores ambulantes; como taller mecánico, carpintería, etcétera.
Cuando adentro no hay suficiente espacio; como cancha para niños que juegan pelota; sus pilares son ideales para esconderse de acreedores, policías y otros personajes violentos; sitio para darle una paliza a los enemigos por la noche; como sala externa cuando huyendo del calor los vecinos acomodan sillas y crece la tertulia en ese viento fresco; como dormitorio de vagos y mendigos o también baño público, fumadero o sitio para asaltar a un peatón despistado.
Después de 105 años, el uso y abuso dado a los portales casi no ha variado.El sábado anterior, con cámara en mano, emprendí un paseo bajo esos portales antiguos y modernos. Huyendo por ellos del sol que, ahora casi sin el filtro de la capa de ozono, nos marca a fuego vivo. Yendo por esos parasoles y paraguas arquitectónicos llegué a la conclusión que para algunos, los numerosos centros comerciales con aire acondicionado son los portales del siglo XXI. Aunque yo esa mañana, como siempre, prefiero descansar en los pocos bares y cafetines que aún ubican sus mesas y sillas al arrullo de esas arcadas.
Es a la sombra de portales que vive Guayaquil. El vendedor de periódicos que vocea noticias. El lotero que promete fortunas. La muchacha que nos enloquece moviendo sus caderas. Los músicos lagarteros que con guitarras de palo y voz reviven a Julio Jaramillo.
A la sombra de los portales, tropezamos con una tribu urbana de vendedores informales que ofrece desde recargas telefónicas hasta mascotas que te lamen la mano.
Bajo esos umbrales se dan amistosos encuentros, conversaciones, chismes y bromas chispeantes. Se llevan a cabo pequeños negocios legales e ilegales. Es en esas paredes donde se escriben consignas y grafitis casi ilegibles. Por esos portales se viven noches de farra y se disfrutan de encuentros amorosos.
Aunque ahora algunos huyen de las calles por la violencia, yo preferiría morir en un portal que frente a la hogareña pantalla de un televisor.
En Guayaquil, la ciudad de los portales, la vida y la muerte juegan descalzas.