Sin maquillaje

26 de Febrero de 2012
Texto y fotos: Moisés Pinchevsky

El pintor dauleño Héctor Ramírez reside en Playas por más de 20 años, después de vivir en Guayaquil, Bogotá y Barcelona. En ese peregrinaje aprendió cómo defender su  esencia como artista y ser humano.

Como si fueran violentos brochazos de pintura, el artista Héctor Ramírez lanza sus verdades “sin maquillaje”, como él dice.

“Un coleccionista catalán me hizo un comentario que me pegó, como esas cosas importantes que te golpean en la vida. Me dijo que le gustaba cómo yo pintaba, pero que pintaba como mariquita”.

Ramírez recibió esa cruda revelación cuando residía en Barcelona (España), a finales de los años ochenta. “Yo me di cuenta, lo sentí, me dijo que yo les quitaba el ñeque a los cuadros. Y aproveché ese mercado español para poder liberarme. Y me ayudó. Porque la liberación es un proceso. No es que dices ‘quiero liberarme mañana’, y mañana amaneces libre”.

Y Ramírez se propuso –digamos– dejar de pintar como mariquita, lo cual significaba ser más auténtico con su trabajo. Era recuperar esa verdad que recuerda haber perdido, por ejemplo, cuando al comenzar a comercializar sus cuadros abstractos alguien le dijo que les quitara el “chorreado”.

Esa voz crítica se refería a la pintura que se derramaba en el lienzo con cada brochazo violento. Y Ramírez le hizo caso, así que comenzó a “maquillar” sus cuadros. Pero con cada chorreado que él eliminaba, también desaparecía parte del impacto de la obra.

Porque es natural esa caída, que algo se derrame. Y quitándolos se pierde fuerza. Esos trazos son como la vida misma, son trazos que a veces queremos esconder, pero que son efectos de la relación del pintor con la obra. Borrarlos es como quitar verdades”.

Buscando su esencia

Toda persona, en cualquier actividad profesional o laboral, sea un médico, un abogado, un artesano, un maestro, un ingeniero, un diseñador o un arquitecto, puede encontrarse con situaciones que lo hacen alejarse de su estilo personal, o peor aún, de su esencia.

Este artista sintió que eso le había ocurrido en algún momento de su ascendente carrera profesional, que lo mantuvo 17 años en Bogotá y otras ciudades de Colombia, donde como pintor veinteañero encontró un ambiente cultural con artistas de la talla de Alejandro Obregón y Fernando Oramas. Aunque su aterrizaje en el mundo de lo abstracto se debe en parte a la influencia de la obra del ruso Wassily Kandinsky, de los españoles Antoni Tàpies y Antoni Clavé, del peruano Fernando de Szyszlo y del chileno Roberto Matta, entre otros.

En 1985, a eso de los 27 años, regresó al Ecuador y a sus memorias de infancia y adolescencia, porque en un viaje turístico que realizó a Playas, donde de pequeño solía pasar los meses del invierno con su familia, se dejó apresar por la nostalgia. “Me atraparon los recuerdos tontos de cangrejitos y el piso marino”. Y como del pasado es imposible escapar, decidió regresar a él y compró el terreno donde hoy se asienta su casa.

Sin embargo, tres años después levantó sus recuerdos y se mudó a Barcelona, donde laboró pintando exclusivamente para galerías. “Hasta esos años yo era un defensor de lo latinoamericano, de lo inca, de lo maya, pero ya no le veo sentido. Todos somos seres cósmicos. Todos somos uno solo”.

En 1992 se radicó definitivamente en Playas, en donde ha afianzado esa búsqueda de lo auténtico, a esa defensa de su propia identidad como individuo y artista.

El mundo de lo abstracto ha sido ideal para esa misión personal, ya que así sus lienzos se alimentan de la energía que nace desde su interior para, a través del golpe del pincel y escuchando salsa (su herencia musical por sus años en Colombia), transformarse en sus amarillos, sus naranjas, sus rojos, sus azules, sus verdes… que en conjunto son como el cosmos, los números o la música, indica, “que parecen en desorden, pero tienen estructuras para sostenerse”.

Esas estructuras son producto de su liberación como artista, sin pensar en un mercado que lo ate, en comentarios que lo maquillen, en expertos que lo califiquen.

Cerca del océano sigue con esa búsqueda como hombre del arte, que nace libre y sincera por una decisión del alma; “porque no todos somos buscadores. Hay quienes piensan que no hay nada que buscar, que todo está dado”.

Pero la vida y el ser humano, aprendió Ramírez, son como lienzos en permanente construcción.

 

Exposición en el MAAC

El 29 de febrero, el centro cultural Simón Bolívar, del Museo Antropológico y de Arte  Contemporáneo (MAAC), inaugura la exhibición “Peregrinaje interior”, con obras de Héctor Ramírez.

Son veinte trabajos sobre papel (de 54 cm x 56 cm), quince en lienzos (90 cm x 100 cm) y dos de gran tamaño (3,90 m x 1,80 m). “Mi interés está en la luz. Todo es luz”, comenta Ramírez, quien dice vivir su momento más honesto como artista desde hace tres años, por lo que desea  compartir su obra. Ramírez ha realizado exposiciones en toda América Latina y  países de Europa.

 

 

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