Recibiendo nuevas vidas

30 de Julio de 2017
  • Medardo Blum.
  • Bernardo Blum Pinto (de pie) y su padre Medardo Blum.
Mariquita Noboa

Una vocación que es también su pasión: el doctor Medardo Blum y sus vibrantes memorias.

Tenía quince frescos años cuando motivado por el afán de servicio, comenzó a trabajar en la botica de don Hernando Blum González, que había llegado de Colombia y quedó “flechado” por una atractiva guayaquileña, Dioselina RoNarvaez Rodas. El amor de Hernando y Dioselina se materializó en el matrimonio que tuvo por hijos a Medardo y a Luis.

A Medardo lo bautizaron con ese nombre porque su tía abuela, doña Mariana Rodas de Silva, madre del insigne poeta Medardo Ángel Silva sugirió ese nombre “para que en la familia haya otro poeta”, pero no, los caminos diarios del padre farmacéutico influían de manera continua en el negocio familiar. El jovencito trabajador y estudiante de secundaria, atraído por el ambiente predominante, consultaba a su padre sobre las dosis de penicilina inyectable. “A mí me gustaba el contacto con las personas que estaban privadas de la buena salud, me daba gusto comprobar cómo iban recuperándose de los males que les aquejaban”, recuerda el hoy galeno.

No había mucho que decidir. Él y su hermano Luis ingresaron a la Facultad de Medicina, allá en la Boca del Pozo y los horarios de estudios intensos obligaban a reducir las horas de sueño: “Había que estudiar y estudiar, no teníamos tiempo para nada más que estudiar porque al día siguiente había que recitar las clases de Anatomía. El doctor Euro Torres León era muy exigente, no nos pasaba una…”.

Así llegó el año 1959 cuando el 19 de agosto salió con su título “bajo el brazo”. Su relato es tan vívido cuando recuerda que emprendió su labor en la sala Santa Magdalena, en el hospital Luis Vernaza, en Guayaquil. “Yo iba los 365 días del año a esa sala, visitaba a todas las pacientes que habían tenido o iban a tener un proceso de parto. El director de la sala era el doctor Camilo Nevárez Vázquez y el subdirector el doctor Roberto Gilbert Elizalde, ellos fueron mi guía, con ellos me formé, aprendí de ellos a ser cirujano y ginecólogo”.

Inicios

Su emoción es evidente, es como que recorre mentalmente los pasillos del icónico hospital, hoy bastante modernizado: “Yo ayudaba en las cirugías, no importaba si eran días feriados o fines de semana, les tomaba las guardias de los médicos internos o residentes, me di cuenta que era el momento de poner en práctica el conocimiento que había recibido en la universidad”.

Esa trayectoria hospitalaria fue observada por sus maestros que valoraron su entrega y dedicación. Fue cuando llegó la oportunidad de formar parte del cuerpo médico de la Clínica Guayaquil, que estaba considerado como el mejor centro médico de la ciudad y uno de los mejores de la Costa del Pacífico. Aquí transcurrieron sus primeros treinta años en calidad de ginecólogo.

En ese tiempo, la doctora Manuela Yuenchong de Gil inauguraba la Clínica Gil, flamante centro ginecológico, frente a la maternidad, donde el Dr. Blum instaló su consultorio, pero pocos años después se abría un nuevo espacio médico, era la Clínica Kennedy donde el equipo de profesionales médicos le dio apertura para realizar los programas de fertilidad y detección de cualquier trastorno en la salud reproductiva. Su sueño se convertía en realidad y es donde atiende a las parturientas desde 1977.

“Yo quería trabajar en Perinatología, una especialidad que involucra el cuidado de la madre gestante con el pediatra que atenderá al nuevo ser, este es un tiempo muy importante y era una corriente en apogeo en Alemania, que se extendió a toda Europa y luego llegó a América”, explica el doctor Blum.

¿Cuántos niños?

Admite que en los últimos años la tecnología ha avanzado vertiginosamente por lo que se requería la necesidad de un equipo de profesionales de la misma especialidad. “Pedí que vengan a la Kennedy otros destacados colegas como Fernando Noboa Bejarano, Roberto Cassis Martínez, Isidro Arosemena Arosemena, gineco-obstetras que unieron su valiosa capacidad y esfuerzos de trabajo, con quienes compartimos los equipos de alta tecnología y era más fácil participar”, señala.

Confiesa que ha perdido la cuenta de cuántos nuevos terrícolas ha recibido en calidad de gineco-obstetra, tiene una expresión de plácida serenidad cuando recuerda que no le incomodaban las madrugadas cuando tenía que salir de prisa para atender a las señoras que “ya se les salía…”.

Con casi sesenta años de ejercicio profesional, el doctor Medardo Blum afirma que “la cesárea es conveniente solo cuando el parto natural no es posible”. Dice que los padres de hoy tienen más oportunidad de involucrarse que los padres de antes, porque se les permite ingresar a la sala de partos y “tiene oportunidad de acunar a su hijo, lo cambia de ropa, participa en la atención a las necesidades del infante, es un padre presente”.

En medio de todas las satisfacciones también ha habido momentos de tensión. Las complicaciones también cuentan en su camino de vida: “Fue un embarazo producido en la cicatriz de cesárea previa, en el útero. No tenía ningún futuro, además ponía en riesgo la vida de la madre; el embarazo cursaba 9 semanas de gestación. Fue intervenida quirúrgicamente y se extrajo el embrión que ya estaba inactivo”.

En la Clínica Kennedy de Guayaquil se encuentra el Centro de Medicina Reproductiva InnaiFest, donde se lo reconoce a Medardo Blum Narváez como el médico fundador de esta ayuda para parejas infértiles.

En su palmarés se cuentan los 32 años como docente en la cátedra de Ginecología, en la Universidad de Guayaquil. Es padre de Bernardo, que siguió profesionalmente sus pasos; María Cecilia, que trabaja en el departamento de personal de Serli, y Xavier, destacado artista plástico del país. Tiene ocho nietos y el recuerdo de una vida de hogar con Yolanda Pinto Redwood.

Hoy, que comparte el consultorio con su hijo, Bernardo Blum Pinto, la pregunta obligada es ¿Cómo se fusionan dos cerebros de dos generaciones distintas? La respuesta no se hace esperar: “El trabajo y la vida de distintas edades unidas es posible por el mutuo respeto que hay, si yo no respeto al joven, el joven no me va a respetar a mí, es cuestión de acoplarse; creo ser un buen compañero con mi hijo. Compartimos muchas cosas, la más importante, el amor a la profesión”.

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