‘Lucha’, la luchadora de la clase obrera

24 de Diciembre de 2017
  • Construcción de viviendas. La gestión de Luisa se extendió desde 1975 hasta 1991.
  • En la sesión solemne de entrega del último bloque de Sopeña: (desde la izq.) Rocío Lasso de Arosemena, presidenta del Voluntariado Oscus; padre Roberto Toro; monseñor Olindo Spagñolo; Luisa Valenzuela; monseñor Bernardino Echeverría y María Jesús González.
  • 8 de septiembre 2017. Se develó la estatua en su honor, en la ciudadela Sopeña (av. 25 de Julio).
Diana J. León

María Luisa Valenzuela Barriga (1912-2007) decidió librar la batalla de muchos trabajadores por conseguir su vivienda propia y triunfó.

Le decían ‘Lucha’, por Luisa, pero ese sobrenombre alcanzó otra dimensión durante su vida. María Luisa Valenzuela, hija del reconocido doctor Alfredo Valenzuela Valverde (1878-1946), dedicó toda su vida a pelear por un mejor futuro para las familias de sus alumnos de Obra Social y Cultural Sopeña, Oscus, (actual Fundación Dolores Sopeña en Guayaquil). Su meta: que todos tuvieran su casa propia.

¿Por qué su afán de construir viviendas para ellos? ¡Porque ya se los había preguntado! Y ellos habían respondido al unísono que su mayor necesidad era tener una casa. Luisa fue voluntaria en el edificio ubicado todavía en Quisquís y Antepara (y que ella misma gestionó para construir), desde 1958 y allí planeó, con el apoyo de su comunidad, toda una estrategia para cumplir el anhelo de sus alumnos.

“Una tarde llegó a nuestra casa a almorzar y nos contó que ya tenía el terreno, que ya había conseguido también el financiamiento para el relleno, que ya tenía los planos que el ingeniero le había hecho...”, recuerda su sobrino Benjamín Rosales Valenzuela (hijo de su hermana Guadalupe). “Pero nosotros estábamos preocupados por el resto. Le preguntamos: ¿Y Lucha, cómo vas a hacer? Pero ella tenía siempre una respuesta. Mi mamá me dijo: mira, Lucha sabe lo que hace, además es terca, ella no se va a echar para atrás y lo va a hacer. ¡Y lo hizo!, se tardó 20 años, pero hizo todas esas casas que hoy conforman la ciudadela Sopeña”.

La solución habitacional propuesta por Luisa fue inspirada por las viviendas de obreros que ella había visto durante su juventud en Bruselas (Bégica), donde estudió el liceo y también se especializó en Contabilidad.

En 1926, su padre tomó la decisión de llevar a su familia a estudiar a Europa, con el objetivo de que, al regresar a Ecuador, se convirtieran en mujeres empresarias. Luisa, sin embargo, sintió el llamado de su vocación religiosa y manifestó su deseo de unirse al Instituto Catequista, fundado por la española Dolores Sopeña, despertando el rechazo de su padre.

“El doctor Valenzuela era anticuras, era muy liberal”, resalta Benjamín. Ese carácter lo motivó a acusar a las religiosas de querer secuestrar a su hija, aunque pronto los ánimos se calmaron y la congregación pudo continuar su trabajo en Guayaquil. Luisa, sin embargo, no pudo unirse a ellas.

Trabajar para los demás

Su afán por ayudar y dar de sí mismo a los más necesitados, la motivó, en mayo de 1942, a embarcarse a Chile para unirse al Instituto Catequista Dolores Sopeña de ese país (en esta gestión tuvo el apoyo de su madre y de su hermano Ernesto).

Su formación como catequista continuaría en España, donde arribó en 1946, poco después de ver a su padre por última vez en Guayaquil. “Ella tenía un trato muy cauto, muy amable, nunca la vi enojada, aunque sí era una mujer con carácter. Muy prudente con su padre para no alterarlo más”, relata su sobrino. “Ella nunca le guardó ningún resentimiento a su padre. Le decía ‘Mi papito’, porque había sido la engreída del papá toda la vida.

Él la engrió porque ella era muy inteligente”.

Luisa volvió a Guayaquil en 1958, como directora del Instituto Catequista Dolores Sopeña cuyas clases estaban enfocadas a la capacitación de hombres y mujeres trabajadores. “La consigna del Centro Obrero ha sido preparar a los obreros para que puedan mejorar la calidad de vida de sus familias y, al mismo tiempo, inculcarles enseñanzas cristianas para que sean mejores personas”, se lee en la publicación Vivir para servir, editada este año.

Estas clases le permitieron a Luisa conocer mejor a sus alumnos y sus necesidades. Así nació, en 1964, la meta de construir viviendas para todos.

La gestión no fue sencilla, pero las virtudes cultivadas por Luisa como la paciencia y la humildad, le facilitaron el camino. Y por supuesto, también aplicó toda la formación financiera y empresarial, que había recibido de su padre en el extranjero.

“Pedía todo con tanta delicadeza que era difícil decirle que no. Lo pedía con mucha humildad y cariño”, continúa su sobrino. “Pero ella misma iba a negociar y a conseguir todo. Iba todos los días a la construcción, iba a la compra de cemento, ella tenía un jeep e iba en su carro, a conseguir un precio bueno. Ella fue la misma jefa y capataz de la construcción. Era feliz y muy activa en la comunidad”.

Benjamín enfatiza, sin dudar, que si su tía hubiera puesto ese mismo esfuerzo en hacer dinero para sí misma, lo habría conseguido, pero sus intereses eran otros. “Ella siempre conseguía ayuda, iba y tocaba la puerta de muchas personas y esperaba para que la atendieran. Ella decía que no le importaba esperar, que los tiempos de espera son tiempos de Dios. Esperaba y salía consiguiendo todo lo que quería”.

Gratitud en pago

Su trabajo de construcción duró casi dos décadas. Las primeras casas fueron habitadas en 1976 y, el último bloque de la ciudadela Sopeña fue entregado en 1991. Los obreros propietarios del inmueble, también hicieron su contribución a través de la cooperativa Nuestro Hogar.

Luisa falleció en 2007, a sus 95 años, tras décadas de disfrutar de la compañía y de la amistad de su congregación, su familia y los habitantes de la ciudadela.

“En la familia Valenzuela hay personas que se han dedicado a la obra social, pero nunca en esa magnitud. Ella fue un caso extraordinario”, admite Benjamín Rosales.

Su legado, se transmite hoy también a través de la estatua erigida en honor a Luisa, en el parque María Nazareth de la ciudadela Sopeña. Está allí para recordarnos que en cada ser humano, habita un voluntario.

Siempre que veía a personas con necesidades, me decía yo puedo hacer algo por ellas, y buscaba la manera de ayudar. Era una inquietud incontrolable”.
María Luisa Valenzuela,
Entrevista con Diario EL UNIVERSO, diciembre de 1997.

Me siento muy feliz de esta obra porque pude servir y, pese a que un voluntario jamás debe esperar nada, tengo el afecto de todas esas familias y me reúno con ellos los domingos a conversar y hablar cosas de Dios.
María Luisa Valenzuela

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