Lillia Calero: La dama de las escobas

04 de Marzo de 2012
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate

Esposa, madre, abuela, ama de casa. Como artesana se ha dedicado a un oficio solo para los “machos”. Es Lillia Calero.

Hace 51 años empezó a confeccionar escobas de paja y bejuco. Oficio para aquel entonces tradicional entre los hombres.

El miércoles anterior, Lillia Calero guayaquileña de 66 años, esposa de Segundo Bustos Rodríguez y madre de cuatro hijos–, en su casa y taller confecciona un inmenso cepillo para pisos, utilizan con maestría un martillo y un manojo de cerdas de nailon.

Ella, pese a su edad y pequeña estatura, es fuerte y diestra en el uso de las herramientas. “Pero también atiendo el hogar y mi cocina”, dice y es cierto porque cada cierto tiempo, se dirige a vigilar las humeantes ollas donde prepara el almuerzo, la cocina está al lado del taller.

Todo esto ocurre en el tradicional taller de escobas La Nacional –Esmeraldas 2049 y Huancavilca– especializado en confeccionar diversos tipos de escobas, trapeadores, cepillos, escobillones y un sinnúmero de utensilios para la limpieza del hogar e industrias.

Pero esta historia comienza tiempo atrás cuando los suegros de Lillia, los ambateños Juan Bustos y Francisca Rodríguez arribaron a Guayaquil tras mejores días. Es así que Juan empezó a trabajar como operario en el taller de escobas La Bola de Oro, cuyo propietario era un español. Después de algunos años, cuando el extranjero se marcha del país, Bustos ya había aprendido el oficio y en 1945 abrió su propio taller: La Nacional, cuyo primer local estuvo afincado en las calles Alcedo y Antepara.

Empezaron haciendo escobas de paja, bejuco y cepillos, implementos de gran acogida en esa época. En 1988, cuando el ambateño fallece, Segundo y su hermano Enrique heredan La Nacional que actualmente mantienen, pero en diferentes talleres.

“Ellos no quieren trabajar en esto, estudian en la universidad y quieren seguir otra profesión. Y en realidad esto ya no es rentable y con el tiempo será peor. ¿Entonces para qué seguir en esto con los estudios que tienen?”, Lillia Calero

A escobazos

Esta historia está marcada por el amor y el trabajo. Segundo Bustos recuerda que con Lillia eran vecinos, ambos vivían con sus padres en la misma barriada. De muchachos, después de cinco años de amistad, surgió el amor y unieron sus vidas hasta la actualidad.

Doña Lillia cuenta que aprender el oficio de las escobas no le resultó tan difícil. Como su padre tenía una zapatería –confeccionaba zapatillas para niños–, ella lo ayudaba.  “Aprendí a trabajar por medio de mi papá y después por mi esposo con quien ya tengo 51 años de unión. El trabajo más difícil es hacer escobas de bejuco y paja. De ahí, las escobas de fibra hasta una criatura las puede hacer con un punzón y un martillo”, expresa mientras trabaja a golpe de martillo.

Le pregunto a Bustos qué tal operaria era su esposa y evoca esos años mozos: “Como todo, fue aprendiendo poco a poco haciendo su trabajo. Y más que nada este es un oficio sencillo, sin mucho esfuerzo. El mayor esfuerzo que se hace es cuando llega el material en bultos de hasta 150 libras y hay que movilizar”.

Esa mañana, Lillia no es la única que trabaja a certeros martillazos. A pocos metros, su esposo revisa unas escobas de fibra que deben entregar, y en el patio, otros pintan de rojo y verde un sinnúmero de palos que después arriman a una pared hasta que se sequen.

Todos laboran con alegría por la salsa que se oye de un aparato de radio. Esa música antillana se combina con los martillazos, el aguacero que cae sobre las hojas de zinc, las bocinas de los buses que ruedan con rumbo norte y la conversación de los operarios. En La Nacional, como en la mayoría de los talleres artesanales, los operarios son familiares.

Así los oficios se heredan de generación en generación. Fue como ocurrió con los hijos de Lillia y Segundo, pero no con sus nietos. “Ellos no quieren trabajar en esto, estudian en la universidad y quieren seguir otra profesión –comenta La Dama de las Escobas–. Y en realidad esto ya no es rentable y con el tiempo será peor. Entonces, ¿para qué seguir en esto con los estudios que tienen?”.

En La Nacional se confeccionan desde escobas pequeñas para limpiar el interior de los carros hasta las más grandes para el aseo hogareño, también escobillones, trapeadores y cepillos para baldear, lavar ropa e inodoros.

Segundo comenta que la demanda ya no es mayoritaria como antes porque en algunas casas y oficinas utilizan aspiradoras y escobas de plástico y nailon que llegan de Colombia a bajo precio, pero son de pésima calidad. En cambio, los materiales naturales que se utilizan en su tradicional taller llegan de diferentes puntos  del Ecuador. La paja de Daule, Santa Lucía y los alrededores; el bejuco de Quinindé, Esmeraldas; la fibra de la Amazonía, exactamente de Sucúa; el nailon es nacional y el más grueso colombiano; los palos de escobas son de madera: fernansánchez, figueroa o roble que traen del campo.

Los precios de las escobas de paja fluctúan desde un dólar a 3,50. Las de bejuco y las de nailon reforzado, 5 dólares. Doña Lillia, explica que las escobas de bejuco son ideales para barrer pisos rústicos y son más utilizadas durante el invierno porque los pisos mojados dañan a la paja.

Segundo Bustos cuenta que en Guayaquil actualmente solo existen tres talleres tradicionales que aún confeccionan escobas de paja y bejuco, en cambio hay muchísimos talleres que fabrican escobas de plástico y nailon. Aunque el suyo es un oficio en vías de extinción, manifiesta: “Yo creo que el negocio ha bajado, pero la gente seguirá necesitando nuestros productos”. Asegura que si fuese necesario ellos en un día podrían hacer hasta 80 escobas, la fórmula de esa eficacia tal vez sea que en “La Nacional” desde las siete y media de la mañana trabaja una familia que es un hueso duro de roer.

Entre sonrisas y golpes del martillo, Lillia Calero reflexiona que su oficio siempre le gustó y les ha dado para vivir. “Y nunca por trabajar en el taller he descuidado mi hogar.  Ahora solo tengo que atender a mi esposo porque mis hijos cada uno tiene su hogar”.

El refrán: “Escoba nueva, siempre barre bien. Pero escoba vieja sabe dónde barrer”, le calza a la medida a Lillia Calero, La Dama de las Escobas.

 

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