La última tejedora
El sol incendia a Tugaduaja. He llegado tras Luisa López, la última tejedora de ese recinto. Pero esta historia comienza 17 años atrás, cuando en la fiesta de San Agustín de Chanduy compré una bellísima alforja tejida por una artesana de Tugaduaja.
Deseando adquirir otra, se lo comenté hace pocos días al historiador José Villón Torres, oriundo de Chanduy, quien me contó que casi todas las antiguas tejedoras de Tugaduaja y de sus alrededores habían fallecido, que solo sobrevivían tres: Germania Pita, en Pechiche. Lilia Alfonso, afincada en Chanduy, pero que nació en Tugaduaja como Luisa López, quien sí vivía en su pueblo natal.
Tras la tejedora de Tugaduaja fui hace un par de domingos. Para los que no conozcan esos rumbos peninsulares, les informo. En la vía a Salinas, a la altura del kilómetro 111, está la carretera a Chanduy, ubicada a 17 kilómetros. Ahí se aborda una camioneta y después de 7 kilómetros se llega a Tugaduaja, legendaria cuna de las tejedoras al telar.
José Villón en su Diccionario Histórico Peninsular cuenta que Tugaduaja es uno de los recintos más antiguos de la parroquia de Chanduy y algunos aseguran que su nombre significa pozos de agua dulce.
Carlos Alberto Flores, quien visitó Tugaduaja en 1914, en su libro Pueblo y paisajes del Guayas comenta que el pueblo basa su economía, entre otras actividades, en “…la tejida de sombrero de paja toquilla, la manufactura de alforjas…”.
Siempre las mujeres se dedicaron a tejer en algodón: mantas, alforjas, manteles, encajes que llamaban la atención por los tintes usados, colores que extraían de conchas marinas y de vegetales que crecían en esa zona. Todos esos oficios sobreviven aún, pero en mínimo grado. Solo ejercen los más viejos de la comarca, a los jóvenes no les interesa y ese conocimiento ancestral se va perdiendo.
Tierra de tejedoras
El sol incendia a Tugaduaja ese domingo. Por calles polvorientas y sin sombra llegué a la casa de doña Luisa López Jaime, quien en 1955 nació en ese poblado medio fantasmal por lo desolado.
Junto a la puerta de su vivienda, ella teje un bolso, empleando un rudimentario y pequeño telar construido con palos de escoba, troncos y cuerda de nailon. Antes, los telares pequeños eran de palo de balsa y los grandes, de guayacán.
Mientras hábilmente realiza su tejido, Luisa cuenta que aprendió observando a su bisabuela Mercedes Lindao, quien murió a los 110 años, y aún más de su abuela Victoria Ramírez Lindao. Es que Tugaduaja siempre fue el pueblo de las artesanas del tejido de telar. Nombra a las más legendarias: Amalia Jaime, Isabel Lindao, Apolonia Alfonso, Rosa Villón, Eulalia Apolinario, todas fallecidas y que, como ella, heredaron el oficio de sus antiguos.
En esos tiempos, las mujeres tejían alforjas –una especie de saco de algodón para transportar objetos y frutos que consiste en una tira ancha con una bolsa en cada extremo, que se acomoda en el hombro de una persona, lomo de un animal de carga y últimamente en la bicicleta–. Las alforjas ahora están desapareciendo, son reemplazadas por los bolsos. Antes también se tejían manteles, fajas y diversos accesorios para la vida diaria. Además, individuales y servilletas.
Su abuelita
“Mirando la forma como tejía mi abuelita, fui aprendiendo” –evoca Luisa–, “a los 16 años ya comencé a tejer”. Lo que nunca aprendió es a teñir el hilo de algodón, aunque su abuela sí sabía. “Yo nunca he teñido, pero mi abuelita decía que antes teñían con la cáscara del cascol. Ahora como hay hilos de colores ya nadie tiñe”. Comenta que los vistosos diseños que adornan las prendas son precolombinos y también actuales. “Los dibujos de palma real, chupaflor, perritos, gusanitos eran de los antiguos –los antepasados–, pero una poniéndose a pensar también puede sacar dibujos –como rombos y flores–, letras y números”, expresa mientras muestra sus tejidos que solo confecciona bajo pedido.
Ella nunca sale a venderlos porque cuida de su padre anciano. Informa que los bolsos cuestan desde $ 6 hasta $ 20; las alforjas, de $ 25 a $ 50, los precios son según el tamaño de la prenda. También teje juegos de individuales y servilletas.
Recuerda que cuando era una muchacha de 18 años acompañaba a su abuelita –Luisa era su única nieta– a localidades peninsulares como Cerecita, Cuarenta –actual Consuelo– y al campamento petrolero de Ancón, sitios adonde llegaban con un saco repleto de tejidos de algodón para vender o intercambiar por alimentos –arroz, azúcar, café, carne, etcétera–. Esos viajes duraban hasta dos días.
Luisa López se casó, pero no tuvo hijos. Con cierta tristeza dice: “Parece que no tengo ningún familiar que quiera aprender el tejido de telar”. Pero como desea que esa artesanía popular no desaparezca, imparte cursos. El año pasado, la Junta Parroquial de Chanduy la contrató y compartió sus conocimientos con señoras y muchachas de la comunidad. Dictó otro a colegialas en el Museo de los Amantes de Sumpa, Santa Elena, organizado por el Ministerio de Cultura. Esa misma entidad le ha encargado, durante este mes, impartir un taller sobre tejidos de telar en Manglaralto.
Ese domingo, cuando el sol era un incendiario, ella reflexiona: “Es importante que siga esta tradición, que no se pierda, porque es de los antepasados. Por eso yo les dijo a las chiquillas: No dejen perder esto, porque fue la herencia que nos dejaron nuestros abuelos”. Es que Luisa López Jaime no quiere ser la última tejedora de Tugaduaja.