La Luz más brillante

11 de Mayo de 2014
  • Luz Moscoso en el porche de su querida casa en La Atarazana, junto al carro que maneja desde hace 35 años.
  • Octubre 23 de 1977. Luz Moscoso con sus hijos Alfredo (atrás), Soraya y Fausto Valdiviezo (derecha).
  • En 1965, cuando Fausto (izquierda) tenía 6 años de edad.
Moisés Pinchevsky

Hoy será el segundo Día de la Madre en que Luz América Moscoso Coronel sienta la ausencia de su hijo mayor, el fallecido periodista Fausto Valdiviezo. Su actitud es modelo de una fortaleza espiritual que la motiva a seguir compartiendo una sonrisa.

Esta guayaquileña, “nacida en 1939 en la tierra más bonita del mundo”, es de aquellas personas de corazón leal que conserva amores eternos.

Desde hace 47 años reside en la misma casa de la ciudadela La Atarazana que adquirió al Banco de la Vivienda (“de aquí me sacan muerta”), aún conserva aquella camioneta Datsun 1200 blanca que compró nuevecita hace 35 años (“me encanta manejarla porque es linda”) y laboró durante 50 años como profesora colegial de Taquimecanografía, Redacción Comercial y Contabilidad Básica hasta que se jubiló hace cinco años (“enseñar fue el mejor trabajo”).

Luz Moscoso, cuando ama, se aferra con el corazón a ello. Por eso su alma de madre extraña profundamente la presencia de su hijo mayor, el periodista Fausto Valdiviezo, asesinado la noche del jueves 11 de abril del año anterior, precisamente pocos minutos después de despedirse de su progenitora tras una de esas constantes visitas que le brindada durante la semana.

“Fue un golpe terrible, pero he podido sobrellevarlo porque el calor de Dios no me abandona”, comenta sobre esa situación que encuentra consuelo, por ejemplo, en las visitas que suele recibir de las personas que la quieren y la estiman.

“Muchas exalumnas se acercaron a apoyarme; eso me ha ayudado a mantenerme en pie”, indica esta mujer católica que por ahora prefiere ausentarse de las misas dominicales. “Me ponen triste, prefiero ver la misa por televisión”.

Pero a pesar de la tragedia, Luz Moscoso no es una mujer triste. Le gusta saludar con un abrazo profundo, su rostro se pinta de sonrisas atrapantes y prefiere mantener una actitud animada que transmite a quienes tienen la dicha de toparse con ella. “La vida es linda. Hay que destacar lo bueno. Si estás alegre, la gente ríe contigo”.

Sus sonrisas no traicionan tan terrible ausencia, ya que con esa filosofía positiva crió a sus tres hijos, Fausto, Alfredo y Soraya, desde que es padre y madre de ellos debido a un divorcio después de siete años de compromiso.

“Me casé jovencita, a los 19 años, y la familia vino rápido. Luego, las cosas no funcionaron. Mis hijos estaban pequeños (en la separación conyugal), y desde entonces hemos sido nosotros cuatro (ella y sus tres pequeños), más mi prima hermana Gladys, quien me ayudó a criarlos y aún me acompaña en casa”.

‘Manguereadas’ y disciplina

La sonrisa brillante de Luz viene acompañada de un carácter estricto que necesitó para transmitir las herramientas del oficio del secretariado a sus alumnas de colegios como Tarqui, Instituto Coello, Dolores Baquerizo, Pestalozzi y el Alemán Humboldt.

“Les decía que una secretaria debe estar atenta a todo lo que necesite su jefe, incluso leerle el pensamiento para saber anticipadamente lo que requiera, para recordarle reuniones, para mantenerle el escritorio ordenado y hasta para prepararle el café. Sí, prepararle el café también es parte del trabajo”, solía decirles.

Aquella rigidez también funcionó para educar a esos tres eternos amores, “porque eran muy inquietos, traviesos y curiosos”, sobre todo los dos varones. Por eso se asoma ligeramente por la ventana para comentar que parece que fue ayer cuando regresaban cochinísimos después de jugar pelota. “Les sacaba el lodo con la manguera en el porche de la casa”, sonríe con esa actitud juguetona que cambiaba cuando veía travesuras más serias.

“Fausto estudiaba en el colegio Vicente Rocafuerte. Y a veces se hacía la pava para irse con sus amigos a remar en el estero Salado. Me enteré de eso un día cuando llegó con la cabeza rota; me contó que fue por lanzarse un clavado en el agua. Le dije que eso no se hacía, que la próxima vez podría ahogarse, le pegué su buen coscorrón y nunca más volvió a hacerlo”, recuerda.

Profesionales con pasión

Los tres se graduaron de bachilleres. El anhelo de Luz era que sus hijos siguieran su misma profesión, el magisterio, pero escogieron caminos distintos. Fausto y Alfredo se convirtieron en periodistas, mientras que Soraya estudió Diseño de Interiores.

“A Fausto le gustaba escribir, pero también era muy conversón, chistoso, con un carisma extraordinario, tenía lo comunicador en la sangre”, comenta. Luz recuerda que cuando comenzó a aparecer en televisión, ella estaba muy emocionada, “se lo veía bellísimo. Él cambió la rigidez de los comunicadores, impuso su estilo, así ocurre cuando uno hace las cosas con pasión”, dice sobre su aparición en programas como Comisaría 100 (Teleamazonas), Tribuna nocturna (en el antiguo Sí TV) y El mañanero (TC Televisión).

Tales espacios conectaron a Fausto con los problemas del país y, sobre todo, con los barrios más populares de Guayaquil. “Tenía un gran corazón para atender a los necesitados. Siempre quería ayudar de manera desinteresada”.

Luz Moscoso recuerda así a su hijo Fausto, con ese carisma brillante que seguramente heredó de ella, con esa sonrisa tímida que se ha dedicado por 54 años a llamar a sus eternos pequeños. “Nunca me ha gustado ponerles apodos. Siempre decirles por su nombre, con respeto, con amor. Los mimos excesivos no hacen bien a los niños”, opina.

La consideración hacia el próximo es una de las grandes enseñanzas que Luz les ha transmitido a sus tres vástagos, porque como madre entendió que debía acompañarlos en el desarrollo de su personalidad.

“Los hijos siempre deben tener el consejo de la madre. Con lo positivo, se los apoya, y con lo negativo, hay que hacerles ver. La madre cumple con el consejo, pero la decisión final es de ellos”.

Foto del recuerdo tomada en el último Día de la Madre en que compartieron.

Luz Moscoso está contenta con el fruto de sus consejos: hijos que se han mantenido cerca de ella, siempre acompañándola, tal como ocurrió en los días posteriores a ese trágico 11 de abril del 2013.

“Mi hija Soraya me llevó a su casa con su esposo e hijos, y allí estuve por dos meses porque no querían que esté sola. Allá pasé aquel Día de la Madre, porque mis hijos temían que me deprimiera en casa. Por eso Alfredo me visita siempre y está pendiente de mí”.

El mismo consuelo recibirá hoy en este festejo que nunca más será el mismo. Pero Luz es valiente, es luminosa y mantiene una actitud aguerrida ante este presente duro.

En vista de la violencia que vive Guayaquil (el año anterior hubo 366 asesinatos en la urbe y 1.458 en el país, según el Ministerio del Interior), ¿qué consejo le daría a una madre (o padre) que también ha perdido a un hijo? “Le diría que se ampare en Dios, que le pida fortaleza. A veces pienso en todo lo que padeció la Virgen al ver el sufrimiento y muerte de su Hijo. Yo le pido el mismo consuelo”.

Con ese alivio emocional Luz planea seguir sonriéndole a la vida. “No podemos pasarnos solo llorando. Debemos recordar a nuestros seres queridos tal como eran, y mi Fausto era alegre, radiante. Según dicen, los muertos no descansan en paz si se los sigue llorando. Así estamos tranquilos nosotros y también ellos. La vida tiene que continuar. Pero eso no significa que dejemos de amarlos”.

 

‘Hijo, quiero hablar contigo’

Cuando Luz Moscoso se enteraba de las travesuras de sus hijos, ella los convocaba para serias conversaciones al pronunciar una frase que se volvió determinante en su hogar: “Quiero hablar contigo”.

Pero ahora la ocasión es distinta. Luz desea darle un mensaje a su hijo fallecido, por lo cual escribió un acróstico en una de esas noches de nostalgia y sentimiento.

“A mi hijo Fausto, con el dolor que me causa tu ausencia.
FAUSTO, que significa felicidad, la que traías al visitarme con amor.
AMOR, demostrado en tu mirada, en tu sonrisa.
UNIDOS estamos porque tenías un corazón lleno de gracia.
SERES como tú jamás se repetirán.
TENÍAS tarjeta de presentación de alegría y humor.
OFRECÍAS tu corazón y acciones sin esperar recompensas.

Sé que Dios te ha puesto en el sitio que mereces. Con el amor de una madre, Luz”.

 

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