Judy Hasing: Talento ecuatoriano en China
La obra de Judy Hasing se expone en uno de los salones de exhibición de la Plaza Tiananmen, en Beiging.
Su pasión siempre fue el dibujo y aunque en materia de expresión artística se dedicó por dieciocho años al ballet, cuando llegó el momento de escoger la carrera universitaria no dudó en inclinarse por Arquitectura.
Hija de madre ecuatoriana y un emigrante chino, ha sabido conservar el gusto pero sobre todo el respeto por las tradiciones que caracteriza a sus ancestros. Judy Hasing Sánchez recuerda que en su niñez se sentía atraída por los trabajos pictóricos que realizaba su tío Raúl Sánchez Wong. “Él era el decorador de las vitrinas de los almacenes Pica”, cuenta, pero lo más importante era el entorno que rodeaba a su familiar. Compañero de Theo Constante y Evelio Tandazo, el ambiente predominante del Colegio de Bellas Artes hacía que la jovencita inclinara sus sueños al dibujo y la pintura.
No obstante, su profundo apego a lo artístico se manifestaba en el clasicismo del ballet bajo la tutela y dirección de la maestra Esperanza Cruz, quien había venido de estudiar Pedagogía de la Danza, en Leningrado. Así, la maestra Cruz se ubicaba como número uno en esta materia en el país y fue cuando Judy decidió ingresar a formar parte del grupo de baile, sin pensar que estas clases serían su primer aprendizaje anatómico para el posterior tiempo en su trabajo pictórico.
Colores y formas
Era el comienzo de los ochenta cuando se hacían los estudios preliminares del campus politécnico en La Prosperina (Guayaquil). Entre los estudiantes se corrió la voz de que la Universidad Politécnica convocaría a los mejores estudiantes de Arquitectura de la ciudad y la inquieta Judy no dudó en presentar su solicitud. Su satisfacción fue grande cuando supo que había sido seleccionada y comenzó a trabajar con el arquitecto René Bravo.
Apasionada por el dibujo hacía planos estructurales sin importar la hora ni las responsabilidades de estudiante que no podía soslayar. También trabajó para Mapreco y para todo aquel que le pedía dibujos de planos o diseños de muebles. Hasta que un día vio en EL UNIVERSO un aviso que había puesto el profesor Luis Miranda; era un curso vacacional y allá se fue. Era la época en que los caballetes ocupaban la sala de la casa de Miranda, quien la puso a dibujar un cuadro de Guayasamín, donde se debían destacar los pliegues de la tela para el aprendizaje básico de luz y sombra. “Es lo más representativo de la Costa”, dice al referirse al pintor Miranda.
Después, atraída por la cromática de Jaime Villa se fue a tomar clases con él. “Fueron pocas, pero aprendí de su pintura colorida y llena de alegría”, recuerda.
Sus hijos, María Paula y Jorge Andrés, ya estaban en secundaria cuando ella decidió ir a la Escuela de Bellas Artes, al curso de adultos que se dictaba únicamente los días sábados. Fue cuando aceptó la invitación del profesor Abdón Calderón para que se integrara al grupo de talleristas del Teatro Centro de Arte. Han pasado catorce años en los que las exposiciones colectivas se sucedieron hasta que en 2015, armada de valor, “me lancé a la primera exposición individual”. Lejos estaba de pensar que su obra pictórica despertaría interés en tierras remotas.
A la sala Aracelly Gilbert, de la Casa de la Cultura del Guayas llegaron sus cuadros para ser expuestos en noviembre de 2015. Aunque su lenguaje pictórico está centrado en la naturaleza -su obra se enmarca en lo figurativo-, también presentó los autorretratos de su época de balletista, en los que evidencia su pulcritud anatómica.
Para completar el grupo de cuadros que debía llenar la sala de exposiciones, debió llevar uno que había permanecido diez años colgado en la pared de su sala. “Me lo quisieron comprar muchas veces y siempre me negué a venderlo, no se por qué, no tengo una explicación”. Recuerda que su hija María Paula le decía que lo vendiera, pero ella no se quería desprender de la obra: “El dinero es necesario, pero yo sentía que ese cuadro era parte de mí, me negué y me negué a venderlo”.
El cuadro se reviste de un halo de misterio porque alguna vez llegó a su casa una querida amiga que acompañaba a un sanador belga. Al ingresar, el profesional se dirigió directamente al cuadro y posando los dedos índice, medio y anular, dijo: “Este cuadro tiene concentrada mucha energía positiva”, ante el asombro de la autora.
Camino a China
Tres meses después de la exposición, Hasing recibió una llamada de Lei Tongli, cónsul general de la República Popular China, para participarle que la Asociación de Artistas y Calígrafos chinos realizaría una exposición de carácter mundial, con motivo del sexagésimo aniversario de creación. Dado los niveles de seriedad del diplomático, esta era una invitación, que incluía el envío de tres fotos, en alta resolución, que serían analizadas por el comité en Beijing.
Nada garantizaba que el trabajo de la ecuatoriana podría ser seleccionado, pero el camino estaba trazado: “Extraordinario honor”, destaca Judy, “fue una oportunidad sin precedentes, debía viajar a China a recorrer la tierra de mi padre y abuelos”.
Lo que ella no imaginó es que había sido la única mujer de América Latina seleccionada entre cuatro mil participantes de todo el mundo. Así, las rosas ecuatorianas, en una composición artística bajo el título de Sinfonía rosa, viajaron a ultramar y comparten créditos con otros ciento tres cuadros en la sala Tal del Museo Cual, en la ciudad de Beijing. (I)