En tierra firme

31 de Marzo de 2013
  • Fanny (i) junto a su esposo, sus suegros y sus tres hijos Alfonso, Eunice y Gildegard. Después tuvo a Karla.

La aviación es la carrera tradicional de la familia Cerón. Pero sucesos trágicos han provocado que su abuela, Fanny Dávila Rivadeneyra viuda de Cerón, prefiera que sus familiares elijan una profesión que los mantenga en tierra.

En la familia Cerón hay dos tradiciones. La primera es que todos los varones lleven el nombre de Alfonso, y la segunda, la aviación. Esta última ha dejado recuerdos poco felices, al menos para Fanny Dávila Rivadeneyra.

Ella comenzó a conocer sobre el mundo de la aviación a través de su esposo, Carlos Alfonso Cerón Bernal. Él era de Bogotá y su familia mantenía una tradición en la aeronáutica.

Fanny estudiaba de interna en el colegio Manuela Cañizares de Quito y en los meses que tenía libre viajaba a Tena, provincia de Napo, su ciudad natal. “Allí lo conocí porque él era piloto”, recuerda. “Él era un hombre muy interesante y aunque era mayor a mí por 18 años, no me interesaba la diferencia”, agrega.

Como su padre era muy estricto, solo hablaban ocasionalmente por teléfono y cuando ella terminó el colegio, pudieron contraer matrimonio. “Él viajó al Oriente y nos casamos el 2 de septiembre de 1959”.

De su enlace nacieron cuatro hijos: Alfonso, Eunice, Gildegard y Karla. Él continuó con la tradición familiar que conoció en Colombia y disfrutó de una larga e interesante trayectoria en la aviación ecuatoriana, que han dejado anécdotas en la mente de Fanny.

“En aquella época los extranjeros no podían volar en las fronteras del país, pero un día salió a volar en la zona limítrofe cerca de Machala y le dijeron: ‘Usted es colombiano y no puede volar aquí’”, comenta. Tanto le afectó la situación que con el mismo overol de piloto que tenía puesto, voló a Quito a hablar con el entonces presidente José María Velasco Ibarra, con quien mantenía una amistad.

“Velasco Ibarra dijo: ‘Al capitán Cerón nadie le prohíbe, él es casado con una dama ecuatoriana y él puede volar en cualquier parte’. Le dieron carta abierta, y prácticamente él no era considerado extranjero”, cuenta Fanny, agregando que su esposo tenía tan buena relación con Velasco Ibarra, que por dos ocasiones lo transportó de regreso al Ecuador al concluir sus exilios en Argentina.

Momentos difíciles

Sin embargo, la aviación también dejó tristezas en Fanny. Ella estaba embarazada de su última hija cuando su esposo falleció en un accidente mientras piloteaba una avioneta. “Él murió en Quevedo el 2 de noviembre de 1966. Estaba esperando a Karla y fui a dar a luz a Colombia porque mi suegra me pedía que vaya a Bogotá”, recuerda. Luego de que naciera su última hija vivieron unos meses en ese país y decidieron regresar a Quito.

Su llegada a Guayaquil sería luego de que su hijo mayor, Alfonso, quien también había decidido convertirse en piloto, se encontrara con unos amigos de su padre y lo convencieran de venir a vivir a Guayaquil. “Le dijeron que la aviación en todas las partes del mundo es lo mismo. Y como él vino a quedarse aquí, toda la familia se trasladó a Guayaquil”, detalla Fanny. Su familia se ubicó en Urdesa norte y sus dos hijas menores terminaron la secundaria en el Urdesa School.

Entonces, Eunice confesó también su sueño de estudiar aviación, al igual que su padre, igual que su hermano mayor. “Yo no quería”, aclara Fanny. “Y se me fue un mes de la casa donde mi hermana, porque no quise pagarle el curso. Así que no me quedó de otra que pagárselo y ahora está volando”.

El pasado 14 de febrero, una nueva tragedia golpeó a su familia. Su nieto, Carlos Alfonso Cerón Fierro, de 23 años, falleció en la provincia de Los Ríos mientras realizaba trabajos de fumigación.  “No lo acepto hasta ahora”, admite. “Nos dijeron que tuvo un accidente y yo tenía la esperanza de que podía sobrevivir, pero fue muy fuerte el impacto, espantoso”.

Fanny recuerda a su nieto como alguien que siempre estaba atento a lo que se necesitara. “Me decía, por ejemplo, ‘abuela, la dirección de su carro está un poco dura’, y me traía aceite. Era un muchacho muy emprendedor”.

Estos sucesos han provocado que la aviación se convierta en uno de los temas que ella prefiere evitar durante las reuniones familiares. “Ese es el gran problema de esta familia, que nos sentamos a comer y solo se habla de aviación”, dice.

“Yo preferiría que mis hijos tuvieran cualquier otro oficio, pero no pilotos, porque aquí en tierra están seguros... ¿sabe lo que es estar constantemente pendiente del avión?”, afirma.

Su anhelo, confiesa, es que sus nietos elijan una profesión diferente, aunque admite que es un poco difícil. “Ojalá ya se acaben los pilotos en esta familia. Aviación no más, el problema es que les gusta”, puntualiza.

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