En Posorja: Carpintería naval

14 de Abril de 2013
Texto y foto: Jorge Martillo Monserrate

Se trata de un antiguo oficio que se mantiene vivo en nuestros pueblos costeros gracias a artesanos como José Yagual.

Llueve en Posorja. El cielo escupe finísimas espinas de pescado que se clavan en la piel añosa de José Yagual Vera. Él nació hace 66 años en la cercana Data de Posorja. Es maestro en carpintería naval y esa mañana, junto a un puñado de operarios, reparan un par de barcos artesanales que están fondeados en el muelle del finado Baidal.

Todos ellos, el maestro Yagual y sus carpinteros ejercen un oficio heredado de sus antepasados que seguramente en el siglo XVIII trabajaron en el astillero de Guayaquil.

En tiempos de la Colonia, los astilleros primero funcionaban en la actual ciudadela La Atarazana, luego se trasladaron al sur, en el hoy Barrio del Astillero, donde aún funcionan pequeños talleres navales como el de los Huayamabe.

Refieren los historiadores que como en nuestra zona Litoral existían excelentes maderas ideales para la industria naval y además carpinteros de ribera y calafates, la Corona española quiso establecer en Guayaquil su Astillero Real, proyecto que finalmente no se realizó en su totalidad, según lo afirma la historiadora española María Luisa Laviana Cuetos en Guayaquil, en el siglo XVIII.

En dicho libro cuenta que hacia 1740, la maestranza guayaquileña era la más numerosa del Mar del Sur, en nuestro astillero trabajaban 335 hombres, 254 eran carpinteros de ribera y 81 calafates. Esos mismos carpinteros fueron los encargados de construir las más hermosas casas del Guayaquil de entonces. Según Laviana, todos esos carpinteros eran negros, cholos, mulatos, zambos y mestizos. En su gran mayoría, parientes entre sí, porque ayer y hoy, siempre los oficios se heredan.

De barquitos de balsa a barcos de pesca

El muelle donde labora el maestro Yagual parece un hospital marino donde barcos heridos de muerte varan tras una milagrosa pócima que le dé más tiempo de vida y navegación sobre las olas del mar.

Dato

Un barco de 60
pies de eslora, 18 de manga y 10 de puntal demoraba en construirse de 8 a 12 meses
 

Esa mañana, sus operarios reparan dos embarcaciones. Galo y José Lázaro, calafatean con una soga de estopa de coco y masilla para que no le entre agua a la antigua nave Chelita. Y los otros, sueldan el timón del barco Guayas Mar. Ambas son reparaciones que se realizan en un par de días.

Es cuando José Yagual recuerda que todo comenzó cuando era un niño que con palo de balsa construía barquitos que regalaba a amigos y familiares. “Era muchacho, así comenzó todo porque yo me crié con todo esto”, lo dice porque su actual oficio lo aprendió de su padrastro, Eladio Jaramillo, que era constructor naval.

A sus 16 años empezó a trabajar por su cuenta. Ayudando a construir y a reparar barcos artesanales. No olvida la ocasión que el ingeniero Puig que trabajaba en la Capitanía Naval, le entregó el plano de un barco a medio hacer por él para que el joven Yagual terminara de rayar el resto, en ese caso la popa. El talentoso José, después de una semana de arduo trabajo, le entregó el plano terminado y el ingeniero, que lo había puesto a prueba, a manera de reconocimiento, gestionó para que lo acreditaran como carpintero naval.

“Antes para hacer estos barcos se empleaban excelentes maderas, para la estructura solo se usaba el guayacán y se los forraba con el amarillo, ambas maderas duras, resistentes al agua y bichos que taladran la madera. En la parte de arriba, iba el laurel –explica Yagual– pero el guayacán y el amarillo ahora son maderas escasas. Ahorita le meten cualquier madera, por eso es que esos barcos solo pasan dañados”.

Dice que desde hace unos 20 años ya casi no se construyen barcos de madera, solo los de fierro, por eso ahora su trabajo es tan solo reparar antiguos navíos.

Con nostalgia recuerda cuando siempre había trabajotit en los pequeños astilleros de la zona. Para construir un barco de 60 pies de eslora por unos 18 de manga y unos 10 de puntal se formaba un equipo de máximo doce carpinteros que en un tiempo de 8 a 12 meses, terminaban el barco. La rapidez dependía si nunca faltaba el dinero para la paga y el material para construir la nave.

El sol empieza a aparecer entre nubes grises. “Ahorita ya casi no hay maestros navales porque la mayoría ha muerto”, dice con tristeza y empieza a nombrar a los desaparecidos hermanos Jorge y Sebastián Parrales, de Data de Posorja, también al maestro Vicente Crispín con quien él trabajó construyendo barcos camaroneros. En Posorja y sus alrededores, Yagual junto a Francisco Ponce y José Quinde son los maestros sobrevivientes del oficio.

Lo apena que ningún familiar haya heredado su oficio. Es padre de dos mujeres y un hijo que prefieren hacer fletes en su camioneta.

Ese mediodía lodoso por las lluvias, Yagual después de un memorioso inventario, asegura que en todos sus años de maestro construyó siete barcos. No olvida que el primero se llamó César Paúl. Le pregunto que si después de construir un barco durante un año se lo llega a querer. Él sonríe y confiesa: “Así es. Porque uno está enseñado a trabajar en él. En el primer barco yo estaba joven y cuando se lo llevaron, me dio algo como que era mío. –-¿sintió tristeza?, le indago– Sí, exactamente. Pero era la primera vez”.

Al mediodía, los rayos de sol caen sobre la playa lodosa de Posorja. Iluminan a un puñado de barcos heridos de muerte que el maestro José Yagual repara para que vuelvan a navegar y así él sentirse vivo como cuando de niño lanzaba al mar sus barquitos de balsa.

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