‘El Doctor de los Pobres’

02 de Octubre de 2011
  • Historia de José Morales Paredes, médico guayaquileño que desde hace 62 años cuida la salud de sus humildes pacientes.
  • El Dr. Morales ejerce la Medicina desde hace 62 años. Su consultorio está en el edificio de Colón 561 y Boyacá.
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate

Historia de José Morales Paredes, médico guayaquileño que desde hace 62 años cuida la salud de sus humildes pacientes.

El doctor Morales considera a sus pacientes lo más valioso de su vida. Ejerce la medicina desde hace 62 años. Toda una vida de servicio al prójimo. Por esa labor, sus humildes pacientes lo consideran un sabio. Su Hermano Gregorio criollo. Sin lugar a dudas, un profesional extremadamente humano en estos tiempos mercantilistas y voraces.

Esa tarde, como hace cuatro años cuando lo entrevisté por primera vez, aguardaba por él en el edificio de Colón 561 y Boyacá, donde funciona su consultorio, que atiende de 15:30 a 18:30. Esperaba junto a algunas madres con sus niños enfermos en brazos. Junto a sus pacientes que el doctor Morales tan solo les cobra $ 0,50 por consulta. Aunque difícil de creer, es verdad.

El día de trabajo del doctor Morales, guayaquileño de 87 años, comienza muy temprano, cuando sale de su casa –avenida Quito entre Chambers y Rosendo Avilés– hacia el hospital Roberto Gilbert Elizalde, donde desde las 08:00 hasta las 12:00 atiende como mínimo a 25 niños. Además de sus pacientes vespertinos, por la noche, de 19:00 a 22:00, recibe en su domicilio a sus pacientes del sur. 

Hasta un año atrás, José Morales con sus años a cuestas se desplazaba en bus y caminando. “Pero ahora vengo en taxi porque estoy patojo. 

Tuve un accidente, además de eso también mi edad. Es muy raro el anciano que camine perfecto”, comentaría esa tarde. Antes del accidente viajaba en bus y caminaba un par de cuadras hasta su consultorio. Ahora también suspendió las consultas a domicilio que hacía los fines de semana: “Tendría que ir en taxi. Ya no puedo –se lamenta–. La verdad es que hice bastante, así es como cambian las cosas”. 

Ahora y siempre, por las noches y fines de semana, se dedica a leer. “El único deporte que hago es la lectura –dice con humor–. No tengo otra manera de pasar mi tiempo libre. Leo más porque como ahora estoy patojito no puedo caminar como antes. Leo la Biblia, literatura, política, filosofía. Todo lo que es lectura me gusta”.

El doctor Morales viste todo de blanco. Su cabellera y barba cana le dan el aspecto de un patriarca sabio. Más ahora que camina ayudándose de un bastón. Sobre su vida personal: se casó hace 64 años con Dora Martínez. Es padre de tres hijos. El primero es médico; el segundo, ingeniero químico; y su única hija, arquitecta. Con su esposa fueron compañeros de facultad, pues ella estudió Química y Farmacia y hasta recibieron ciertas materias juntos, cuenta con nostalgia. 

Ese jueves, como todos los días de lunes a viernes, el doctor Morales llega un poco después de las tres. Desciende de un taxi y camina con cierta dificultad pese al bastón. La oficina 102 del primer piso es su consultorio. Él mismo lo abre porque no tiene recepcionista, ni enfermera. Los pacientes se ubican en la sala de espera. Él los atiende en el segundo ambiente, espacio invadido por numerosas muestras médicas y cierto desorden. 

Antes de que atienda a la primera paciente, cuenta que se inclinó por la medicina por ser una carrera de interés humanitario. Recuerda que en 1942, cuando comenzó sus estudios superiores, leyes, ingeniería y medicina eran las únicas carreras que ofrecía la universidad. Eran pocos los estudiantes de su facultad. “Uno se sentía un poquito halagado, ahora no porque hay diez mil estudiantes”, expresa y sonríe casi como un niño.

Desde su época de estudiante deseó emular a sus admirados maestros: Juan Tanca Marengo, Alfredo Valenzuela Valverde, Roberto Gilbert Elizalde y Teodoro Maldonado Carbo. “Ellos además de médicos fueron grandes patriotas, fueron almas grandes. Por ejemplo, el doctor Tanca hizo Solca; el doctor Valenzuela hizo LEA; el doctor Gilbert hizo el Hospital del Niño, el más bonito de toda la Costa sudamericana”. Qué enseñanzas les daban ellos, indago. Morales sentencia: “El ejemplo, solo el ejemplo”.

Cuenta que durante toda su vida profesional ha cobrado barato porque laboró en el Asilo Mann y en el Valenzuela, hospitales de pacientes pobres. Opina que otros médicos cobran caro porque se han especializado en el exterior. “Además, cada uno tiene su estilo” –señala y declara–: “Mi vocación es servir a los pobres”.

Desde la sala de espera llegan voces y uno que otro llanto infantil. Caigo en cuenta que estoy abusando de su tiempo. Le pregunto qué son para él sus pacientes. “La vida misma –responde y reflexiona–. Cuando viene bastante gente me entusiasmo, cuando hay poca me deprimo. Esta es mi vida. Aparte de que a esta edad ya no hay entusiasmo como cuando era joven”. Es cuando convoca a la persona del primer turno. Antes de que ingrese, le digo que hasta cuándo va a atender a sus pacientes. Inmediatamente responde: “Hasta que pueda pararme y caminar. Es que a mí me gusta la profesión”, dice como justificándose. 

La pequeña Génesis ingresa con Teresa, su madre. El doctor le ordena que le quite la blusa a la niña. Su estetoscopio está listo. De entrada, en el recetario anota los nombres de la pequeña. Pregunta el motivo de la visita. Ausculta a la infante y mientras escribe la receta, imparte consejos. Finalmente, en voz alta, lee la prescripción y pide a la madre que vaya repitiendo esas indicaciones. 

A la siguiente angustiada madre la calma. “Le voy a decir dos palabras: esta enfermedad no es de mucho gasto pero sí de cuidarse y de alimentos sanos”. Luego le exige. “Diga: cero fritura” –la doña repite– “Cero condimentos”, también lo dice. “Y cero comida cha-ta-rra”. La madre va repitiendo y memorizando. Ese jueves, como todos los días, acuden sus pacientes con inmensa confianza, fe y escaso dinero en los bolsillos. Pero saben que José Morales Paredes siempre estará con ellos. Y tienen razón porque el Doctor de los Pobres los acompañará hasta cuando su último soplo de aliento le permita atenderlos. Sus pacientes son su vida.

Testimonios

José Morán Martínez, portero del edificio. “Es un buen médico, eso me consta porque he visto personas que vienen del campo, los han traído en hamacas y en la segunda consulta ya han venido caminando. Él no es un médico, él es un sabio. Y así como hay médicos que explotan hay otros que no. Cuando le he preguntado ¿doctor, por qué cobra usted cincuenta centavos? Dice: “Porque quiero servir a mi pueblo que no tiene dinero”.

María Morán, paciente. “He venido porque me lo recomendó mi hermano y me hizo bien. Mis hermanos y muchas amigas lo conocen, ha curado a niños y mayores. Tengo entendido que toda su vida se ha dedicado a atender a las personas y lo hace muy económicamente”. 

“¿Doctor, por qué cobra usted cincuenta centavos?, dice: “Porque quiero servir a mi pueblo que no tiene dinero”, 
Dr. José Morales

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