Dinero vs. hombre

27 de Mayo de 2012
Moisés Pinchevsky

Germán Creamer cultivó su visión social entre chamanes y lustrabotas, posee una hoja de vida brillante con doctorados (Ph.D.) en economía y computación en EE.UU. y acaba de ganar un premio internacional de finanzas en Londres.

Imaginemos una mesa repleta de monedas de todo el planeta... y en los costados a expertos financieros que a viva voz compran y venden esos valores con la intención de generar una utilidad, valiéndose de los fluctuantes tipos de cambio.

Ahora imaginemos el mismo escenario, pero donde el trabajo de los expertos es realizado por robots financieros inteligentes con la capacidad de procesar gran cantidad de información y de tomar decisiones de inversión en fracciones de segundos. ¿Su propósito?: Encontrar las mayores oportunidades y realizar los mejores negocios.

Este segundo caso hipotético ayuda a comprender el tipo de concurso planteado en la reciente edición del premio Knight’s Capital, que anualmente organiza la University College London (Inglaterra) para reconocer el manejo óptimo de información de programas computacionales que actúan como agentes financieros inteligentes, también llamados robots financieros, que ya han comenzado a tomar protagonismo en las bolsas de valores del mundo.

“En la compra y venta de monedas u otros valores hay veces que ganas y otras que pierdes. El propósito es ganar en más oportunidades”, indica el ecuatoriano Germán Creamer, profesor de Finanzas Cuantitativas del Stevens Institute of Technology y profesor adjunto de la Columbia University (Nueva York), quien ganó ese codiciado premio internacional junto con sus estudiantes de doctorado Qiang Song y Yue Li.

Su robot financiero se centró en la compra y venta de dólares y libras esterlinas, siendo el más eficiente en manejo de información entre propuestas de 100 equipos de investigación de universidades y centros financieros, que atendieron esta convocatoria que tuvo el auspicio de Microsoft, Barclays Capital, Citigroup y Knight Capital.

Un mundo de magia y fe

En la década del noventa, Germán Creamer se destacó en Ecuador como alto ejecutivo del sector público (asesor económico del gobierno de Rodrigo Borja) y el privado (gerente financiero del Banco del Pacífico).

También trabajó como consultor económico de las Naciones Unidas y del gobierno de Guinea Ecuatorial.

Pero en 1998 emigró a Estados Unidos con el propósito de afianzar su carrera como investigador y académico, ocupando cargos gerenciales en American Express en Nueva York y como consultor y profesor en instituciones estadounidenses y latinoamericanas.

“En mi actual trabajo de investigación utilizo métodos computacionales para procesar una gran cantidad de información heterogénea, tanto social como económica, para entender la dinámica del mercado financiero”, señala este hombre que, entre sus logros, destaca haber obtenido un presupuesto de más de $ 500 mil para abrir un laboratorio de investigación y enseñanza del comportamiento de mercados bursátiles globales en el Stevens Institute of Technology.

El mundo del dinero lo tiene como experto. Sin embargo, su visión posee un profundo ingrediente social. “Desde niño tenía mucho interés en entender el comportamiento y la inteligencia humana. Esto me llevó a estudiar diversas ciencias sociales y a trabajar con diferentes grupos humanos: barrios marginales en Venezuela, chamanes en Imbabura, niños limpiabotas en Quito, y presos en el penal García Moreno, entre otros”, señala este hombre que se introducía en esas sociedades para buscar respuesta a una pregunta central: ¿cómo superar la indigencia y maximizar el potencial humano? “Esta pregunta me acercó a la economía y, finalmente, al mundo financiero”.

En ese recorrido ha realizado singulares observaciones. “Curiosamente, los comportamientos que he visto entre los chamanes al crear un ambiente mágico para que el cliente crea en sus recomendaciones también lo observo entre los gerentes y mesas directivas de las compañías más poderosas”.

Indica que el mejor ejemplo es el caso de Steve Jobs, ex líder de Apple, quien perfeccionó el arte de crear productos que se volvieron extremadamente populares por la mezcla de innovación, funcionalidad, estética y, sobre todo, por esa “magia” con la que esos dispositivos fueron presentados y vendidos de manera masiva, pero aún así luciendo como exclusivos y reservados para unos pocos elegidos.

Estos procesos creativos solo aparecen dentro de una cultura de innovación que premia el logro personal y grupal, considera.

Para lograr aquello resulta necesario un continuo desarrollo tecnológico basado en la colaboración entre las universidades, el gobierno y las empresas privadas, tal como ocurre en EE.UU.

“Las universidades cumplen su función de docencia, pero fundamentalmente son centros de debate e investigación que generan tecnologías promovidas y usadas tanto en el sector público como en el privado”, indica.

Cambio de “software”

Ecuador puede aprender de ese modelo, señala Creamer, y para ello debe enfrentar el reto de invertir sus recursos naturales limitados en un sistema educativo y de investigación tecnológica.

Solo así se generará una sociedad que apueste por el conocimiento. “La ciencia es un bien público. Es decir, una vez que el conocimiento es compartido, puede ser usado por cualquier persona. Sin embargo, la generación de conocimiento es muy costosa y requiere del soporte de largo plazo del sector gubernamental o privado”, señala como un conflicto que debe ser resuelto por las sociedades.

No solo Ecuador tiene ese desafío, sino toda América Latina, considera Creamer, ya que observa que las grandes corporaciones no asientan sus áreas de investigación en esta región, sino en EE.UU., Europa y Asia. “En América Latina solo tienen centros de distribución o ventas”.

¿Podemos cambiar nuestra imagen de mercado consumidor para llegar a sobresalir como sociedad del conocimiento? Claro que sí, confía el experto, quien con su esposa y dos hijos suele venir al Ecuador cada año para visitar a familiares, hacer turismo y dictar charlas.

En esas visitas observa un país que añora y que para crecer debería fomentar el amor a la ciencia en los niños y jóvenes, tal como ocurre en naciones emergentes como Corea del Sur, China, India y Brasil, que han logrado acelerar su ciclo de desarrollo al invertir en programas de ciencia y tecnología de largo plazo. Es decir, utilizaron el dinero para cumplir con su real propósito: invertir en el desarrollo humano.

Usando una analogía con el mundo informático, Creamer considera que el problema de Ecuador es de “software” (programas que ordenan a las computadoras cómo procesar la información) y no de “hardware” (equipo computacional).

“El software actual del Ecuador está basado en una visión rentista de la sociedad y en la lucha por el poder político. La ventaja es que el software social se puede cambiar progresivamente de una manera relativamente barata en comparación al cambio de hardware”, representado por nuestros abundantes capitales naturales y humanos.

El país puede reinventarse, concluye Creamer, con nuevos programas educativos que impulsen la creatividad y la innovación de la población, para generar productos competitivos en el mercado mundial debido a su alto contenido tecnológico y con la gran herencia cultural que caracteriza al Ecuador. En esa posible mezcla, dice, puede estar nuestra mayor riqueza.

“El mayor reto del Ecuador es cómo invertir sus recursos naturales limitados en un sistema educativo y de investigación tecnológica”.
Germán Creamer (51 años)

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