Con la música en la sangre

06 de Octubre de 2013
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate

Pasado y presente de una banda de pueblo que nació en Samborondón, pero lleva su música a todos los pueblos del Ecuador.

La música corre por la sangre de los Arreaga. Ese sábado en Mapasingue tocaban ritmos alegres en honor a la Virgen de El Cisne. Escuchándolos y viéndolos recordé el cuento Banda de pueblo, de José de la Cuadra, que narra la vida aventurera de ocho hombres y un muchacho, miembros de una banda que con música, alegra fiestas y acompaña entierros pueblerinos.

Pero la banda de pueblo familiar de los Arreaga es real y actual. Todos músicos oriundos de Samborondón. Una banda mixta –hombres y mujeres- y en su gran mayoría, familiar. Y como la banda del cuento de nueve integrantes: Juan Arreaga –45 años, dirección, saxo alto–, esposo de Carmen Martillo –44 años, percusión–; y sus tres hijos: Kevin Arreaga, 20 años, piano; Washington Arreaga, 15 años, trompeta; Gema Arreaga, 13 años, saxofón; y los músicos: Manuel Calderón, trombón; Avelino Jama, timbales; Huber Semisterra, bajo; y María Yerovi, güiro.

Un poco antes de la presentación, Juan Arreaga Miranda me cuenta la historia de esta banda de pueblo que creó su padre en 1985.

Con faldas y pantalones

Washington Arreaga nació en 1919 y desde muy joven empezó a tocar la trompeta en la mejor banda de pueblo de Samborondón. Tiempo después cuando la agrupación se disolvió, él tomó la firme decisión de formar su propia banda. Así, poco a poco fue adquiriendo los instrumentos musicales y enseñando a sus hijos a tocarlos. “Él me obligaba a tocar el instrumento –recuerda el saxofonista Arreaga– pero después ya la música me entró en la sangre y me fue gustando cada vez más”.

Hace 28 años cuando nació la agrupación fue la primera banda de pueblo mixta porque además de su líder, Washington Arreaga, estaban sus hijos: Santiago y Juan, también la integraban sus hijas: Cecilia y Loli –en 1989 ingresó Carmen Martillo, con quien Juan se casaría años más tarde–. Para entonces, esa inusual presencia femenina en una típica banda de pueblo, provocó que las muchachas fueran apodadas Las Chicas del Can, agrupación femenina que entonces estaba de moda.

Don Washington falleció en el 2007. Desde el 2008, Juan asumió la dirección musical de la banda. Kevin con 13 años, fue el primero de sus hijos en ingresar. El año pasado, sus hermanas –Cecilia y Loli– decidieron formar su propia agrupación musical.

Cuenta Juan que cuando el grupo ganó prestigio era contratado en todas las provincias para tocar en fiestas religiosas, cívicas, cumpleaños, traslados fúnebres y demás eventos. “Antes era bastante sufrido viajar en bus porque íbamos con todos los instrumentos, ahora uno fleta un carro y las carreteras están buenas. A veces ni regresábamos a la casa porque pasábamos a otro pueblo. En algunos sitios nos llevaban a dormir en una escuela, en la casa del organizador de la fiesta o en un hotel, pero siempre nos han tratado bien”, evoca Arreaga y comenta que antes los contratos eran para fiestas que duraban varios días, una de las extensas era el festejo en honor a la Virgen Mercedes de Jesús Molina, en Baba, provincia de Los Ríos, esa fiesta duraba diez días. Ahora las costumbres han cambiado y como máximo duran tres días. Ellos en cada evento repartían tarjetas de presentación, entablaban amistades y volvían a ser contratados porque tocaban bien.

Explica que el repertorio de una banda de pueblo es según la ocasión. En las fiestas cívicas se interpretan marchas en los desfiles como en la sesión solemne; en las fiestas religiosas reina la música sacra y la nacional: albazos, pasacalles, sanjuanitos, etc.; en las fiestas de cumpleaños que se llevan a cabo en clubes o domicilios impera la música nacional, y más que todo la cumbia, el merengue y la salsa porque la gente lo que quiere es bailar; en los traslados mortuorios, en cambio, se toca música fúnebre donde velan al cadáver y la banda acompaña al cuerpo al cementerio, es ahí donde los familiares acostumbran a solicitar que interpreten la canción preferida del muertito o los temas clásicos para tan penosa ocasión, como Nadie es eterno, Amigo o el pasacalle Por algo me han de recordar.

Para la fiesta del carnaval y el Día de la Madre es cuando se trabaja más intensamente. Por ejemplo, ellos en el carnaval de este año, primero estuvieron en Tixán, provincia de Chimborazo: “La gente disfrutaba porque nunca habían escuchado a una banda de pueblo del Guayas” –y explica Juan– “porque nosotros tocamos con más sabor y con un ritmo más rápido que las bandas de la Sierra”. Luego descendieron a animar una fiesta en Durán y al día siguiente tocaron en Samborondón.

“Solo tomamos una copita cuando nos brindan porque nosotros estamos para divertirlos y no para dar un mal espectáculo, ese siempre ha sido nuestro pensamiento”, manifiesta.

Una banda de pueblo trabaja casi todo el año. Todo comienza en enero con el Pase del Niño y termina en mayo con el Día de la Madre.

Ser una banda familiar les facilita agruparse y movilizarse más fácilmente ante un contrato imprevisto, asimismo para ensayar. Pero también juntos deben afrontar los riesgos que nunca faltan. Como cuando regresando de una presentación en la isla Puná la lancha se embancó por horas en la arena: “Fue una terrible experiencia para mis hijos, para todos”, se lamenta como madre Carmen Martillo.

Durante un breve receso de la animada fiesta que los lojanos residentes en Guayaquil y afincados en Mapasingue les ofrecían a la Churona, Juan Arreaga reflexiona: “Mi papá nos dejó un buen legado, buenas enseñanzas que ahora yo trato de dejárselas a mis hijos”. Recuerda que su padre luchó para que ellos estudiaran en el conservatorio, pero ya todos estaban pasados de edad y no fueron admitidos y por esa razón siempre fueron músicos empíricos. Pero sus hijos, todos los días desde Samborondón vienen a estudiar en el conservatorio de Guayaquil. Kevin, el mayor ya se graduó y se desempeña como profesor de música en una escuela.

Cuando los convocan al escenario, Arreaga emocionado y abrazando su saxo, expresa: “Nosotros estamos contentos cuando el público nos pide otra y otra y no nos dejan ir. Esa es nuestra alegría y cuando la gente nos aplaude sabemos que hemos tenido una buena presentación”. La música corre por la sangre de los Arreaga, esa banda de pueblo de Samborondón.

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