Con EL UNIVERSO en bici

15 de Septiembre de 2013
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate

Mirada a la vida de Manuel Guamán, quien desde hace 50 años es canillita de EL UNIVERSO, que este mes cumple un año más de vida periodística.

Manuelito es portador de buenas y malas noticias. Todos los días –como tantos otros– ejerce su oficio de canillita, voceador o periodiquero. Llueva, truene o relampagueé entrega a domicilio los ejemplares de Diario EL UNIVERSO. Llega muy por la mañana cuando casi todos duermen en la Ferroviaria, San Pedro, Las Lomas, Sol Naciente, La Fuente y Bellavista. Llega pedaleando su bicicleta con los periódicos en la parrilla. Llega en silencio cuando el alumbrado público aún no se apaga y el sol lo descubre. Pedalea como un equilibrista y sin parar lanza esos ejemplares con buenas y malas noticias impresas. Y desaparece como un fantasma en bicicleta.

Desde hace unos 25 años soy uno de sus clientes. Todas las mañanas, un poco antes de las seis, cuando oigo que el ejemplar de EL UNIVERSO golpea la fachada de mi casa, sé que ha comenzado un nuevo día. De buenas y malas noticias.

La otra tarde, Manual Guamán Guamán me contó su historia. Hace 74 años nació en Guano, provincia de Chimborazo. Cuando murieron sus familiares, tras nuevos rumbos vino a Guayaquil. Desde entonces, vive en Esmeraldas y Brasil, sector poblado por los Huananga, Iza, Paguay, Guamán y otros paisanos suyos que lo motivaron a que se dedicara al comercio ambulante. Hace 50 años comenzó vendiendo pan, lotería, revistas y Diario EL UNIVERSO. “Aquí encontré amigos, trabajo, otro sistema de pensar y vivir y me gustó”, recuerda Manuelito. Hombre de pocas palabras pero de trabajo arduo, bajo de estatura y que no representa sus 74 años, según él, por pedalear su bicicleta. Siempre se cubre la cabeza con una gorra de beisbolista, viste de camiseta, pantalones formales, zapatos deportivos y porta un cuaderno con las cuentas de sus clientes.

Por Guayaquil a pie o en bicicleta

Cuenta que cuando tenía 24 años se inició como canillita. Recuerda que en la madrugada acudía tras sus ejemplares, a la antigua sede del Diario –9 de Octubre y Escobedo-, el periódico demoraba en salir impreso. Los primeros eran enviados a las provincias, después despachaban a los mayoristas y finalmente a los canillitas. A golpe de las siete de la mañana, caminando hasta Los Ríos y Maracaibo, los iba vendiendo. Eran esos tiempos, de lunes a sábado, el diario costaba cuarenta centavos de sucre y los domingos, sesenta.

Los fines de semana y feriados se vendían más ejemplares, pero más aún cuando ganaba Barcelona. Lo miro asombrado y riendo exclama: “¡La plena. Era los lunes!”.

Hace unos 35 años empezó a trabajar en bicicleta, fue cuando tras nuevos clientes llegó pedaleando a la Ferroviaria y sus alrededores.

Pero, ¿cómo es un día de un voceador de noticias impresas?, pregunto y Manuelito responde que comienza a las cinco de la mañana, después de un cafecito caliente, cuando retira unos 100 ejemplares en una agencia cercana a su domicilio. Pedalea hacia la Ferroviaria e ingresa por el puente 5 de Junio porque El Velero es medio oscuro y peligroso: “En todos estos años he sufrido pequeños asaltos pero sin puñaladas ni golpes –aclara– y también me han chispeado los carros, uno me mandó al hospital, no era de gravedad, me recuperé y sigo trabajando”.

A las diez termina su recorrido, pero después de pedalear con cuerpo y alma. “Esos cerros de Buenavista yo me trepo facilito –asegura-, llego hasta el Mirador y no me canso”. Lo dice acariciando su actual bicicleta, la quinta, que está con él desde hace diez años, y en la parte baja de la parrilla lleva su nombre: MANUEL. Muy pocas veces se ve a Manuelito sin su bicicleta. Es como un centauro contemporáneo.

Un poco antes del mediodía, hace base en la Ferroviaria. Descansa, a la sombra de un árbol, leyendo el periódico, en especial la crónica roja. Confiesa que no le gusta leer muchas letras. Después de almorzar, cobra a sus clientes que pagan por semana, quincena, mensualmente y algunos cada dos meses. Por la tarde, va a ver jugar ecuavóley en canchas callejeras. “Yo jugué un buen tiempo, ahorita ya no porque también me siento cansado”, declara y me lo imagino volando tras un balón. Después de merendar, regresa a su casa donde vive solo.

¿A qué cliente suyo recuerda más?, indago. Sin pensar un segundo, responde que al padre Pepe –José Gómez Izquierdo, sacerdote de la parroquia Cristo Liberador–. Cuenta que ese admirado religioso de la Teología de la liberación escribió en el boletín parroquial: “Las personas tienen nombre, no debemos decir: ahí viene el periodiquero, ahí viene el carbonero, ahí viene el lotero, llamémosle por su nombre, desde ahora él se llamará Manuel Guamán –dice emocionado–. Desde ahí cogí la consideración de la ciudadela y me llaman por mi nombre”. El padre Pepe, quien le daba buenos consejos, falleció en agosto del 2006. “Fui al entierro y hasta lo cargué un poquito en el hombro, fue un buen sacerdote que apoyó a toda la gente de aquí, cuando él murió lloramos bastante”, dice con voz baja, casi orando.

Esa tarde cuando llega la hora del vóley, Manuelito se despide montando su bicicleta. Le pregunto si se agota trasladando y repartiendo tantos periódicos. Antes de partir sobre su potro metálico, dice: “No, estamos en la palma del Señor, andar en bicicleta ayuda. Mi cuerpo está como una máquina”. Pedalea contra la tarde que cae. Cuando lo veo alejarse, recuerdo los versos del poeta argentino Dante A. Linyera: “Anunciando los diarios/que a la venta lleva,/cruza el canillita/sudoroso y fugaz,/corriendo fuertemente/por ser de los primeros/en vender los diarios/y ganar el jornal.//Acaso mis ojos/tal vez hayan mirado/a un muchacho que lucha/por el pan de su hogar/o también es posible/que me haya inspirado/en un huérfano humilde,/en un desamparado/sin padres que adorar”.

Sé que mañana, el día comenzará cuando Manuelito entregue el diario con buenas y malas noticias.

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