Cecilia Chávez y David Larrea: Amor a prueba de todo.

09 de Junio de 2013

Cecilia Chávez y David Larrea es un matrimonio que, pese a las adversidades, supieron concretar objetivos y superar varios osbtáculos.

La teoría de los seis grados de separación, esa que dice que cualquier persona en el mundo está conectada con otra a través de círculos en común que no superan los cinco intermediarios, resultó cierta para Cecilia Chávez y David Larrea. Aunque fueron necesarios unos 20 años para corroborarla.

A pesar de los múltiples amigos que –se enteraron después– tenían a su alrededor desde la adolescencia, sus vidas se unieron de forma casual, cuando él fue como paciente a tomar una terapia de lenguaje al centro que ella, psicóloga clínica y terapeuta de pareja, tenía entonces.

David seguía recuperándose de un accidente que marcó su vida y –tiempo después– la de Cecilia. Tenía 20 años. Era enero de 1982. Él, el chico amiguero y popular del colegio San José La Salle y de la Universidad Católica, salió en la tarde rumbo a Salinas con un amigo y tres amigas, después del acostumbrado cebiche para pasar la farra de la noche anterior.

Dato

David Larrea estuvo en coma durante 28 días luego de su accidente

Pero en el trayecto, el vehículo patinó en la piedra chispa que había en la carretera y se estrelló. El fuerte impacto provocó la muerte de dos chicas, entre ellas la hermana de su amigo que iba al volante. David quedó inconsciente y herido. Lo dieron por muerto y lo pusieron entre los cadáveres.

Unos amigos que pasaron por la vía a la costa se bajaron a ayudar y se percataron de que David seguía con vida. Su llegada fue clave. Lo trasladaron a Santa Elena, donde recibió primeros auxilios, y luego fue llevado en ambulancia a Guayaquil, a la clínica Kennedy.

Estuvo 28 días en coma. Despertó sin tener idea de lo que había pasado. Fue operado y comenzó años de recuperación intensa dentro y fuera del país. Tuvo que caminar con muletas, aprender a recuperar la movilidad en las extremidades para comer o agarrar algún objeto y a volver a hablar. En la emergencia, al hacerle una traqueotomía, le dañaron las cuerdas vocales. Como parte de esa terapia llegó hasta el centro especializado más de diez años después del accidente.

“Impaciente porque no veía resultados enseguida, dejaba a veces la terapia y no la terminaba. Una amiga le recomendó el centro, donde había una terapeuta de lenguaje, y fue”, cuenta Cecilia. Ella lo entrevistó y él empezó su tratamiento con la terapeuta.

Aunque no tenían mucho contacto, él se las ingeniaba para llamar su atención. Llevaba chocolates, le sacaba temas de conversación.

Luego del accidente

David cuenta con una sonrisa cómplice que, en realidad, “ya le había puesto el ojo”.

“Yo lo molesto, le digo que si lo hubiera conocido en esa época (de farrero y popular), me habría caído mal. No hubiera salido nunca con él y capaz él no se hubiera interesado en mí”, agrega Cecilia.

Cuando terminó la terapia empezó a llamarla, a invitarla a salir; iba a verla al consultorio y esperaba hasta que atendiera al último paciente para conversar. Se fueron conociendo como amigos y esa fuerza de carácter de David para enfrentar la vida y luchar por recuperarse llamaron su atención y la enamoraron.

David se rehusaba a andar con muletas y quiso caminar de inmediato. Al primer intento se cayó, pero al poco tiempo lo logró sin ayuda. Cuando ocurrió el accidente, él trabajaba como analista de crédito en el Banco Central del Ecuador. A los seis meses volvió a la oficina y se propuso manejar la computadora, pese a que su motricidad fina no era del todo buena. Con decisión y algo de rudeza con el teclado lo consiguió. Pero poco tiempo después fue trasladado a la sección de Inventario, a las bodegas. Se sintió relegado. No era lo que quería hacer y era más difícil porque tenía que movilizarse por los diferentes pisos del edificio. Así que optó por vender su renuncia.

Los amigos que al inicio hacían fila en el hospital para verlo se redujeron, por el accidente no pudo continuar sus estudios y, aunque ha recuperado en el 80% el habla, tiene que enfrentar las dificultades de encontrar un trabajo y los prejuicios de mucha gente que, al escucharlo, ha llegado a pensar que está borracho. Más de una vez un vigilante lo llevó a que se hiciera la prueba de alcoholemia o no lo dejaron entrar al banco porque lo acusaban de haber bebido.

Hay un ‘plan’

Pese a todo, David asegura que nunca se ha rendido. Eso sí, se volvió más fuerte de carácter. En esa época no existía el Consejo Nacional de Discapacidades (Conadis), pero ahora –con su carné en la mano– no duda en sacarlo las veces que sea necesario para exigir sus derechos.

Tampoco se rindió con Cecilia y consiguió llevarla al altar. Ella le tenía pánico al matrimonio y había decidido que no iba a casarse. Tal vez por su misma profesión y escuchar tantos problemas matrimoniales pensaba que con sus sobrinos era suficiente y que sería “la tía más feliz del mundo”. David le echó abajo los planes.

“No me quería casar y David no me hacía caso. Le decía ‘creo que no me siento segura’ y él decía ‘está bien’, y seguíamos con los planes. Y hasta ahora es así, si me enojo, al día siguiente como que no ha pasado nada, así que no puede haber pelea”, cuenta.

Su perseverancia, las cosas en común y la crianza muy similar la terminaron por convencer.

Descubrieron que eran un complemento y que, extrañamente, pese a tener amigos de la infancia en común, nunca antes se encontraron. Él recuerda que muchas veces de su colegio salía e iba al Americano, donde ella estudiaba, a ver a otros amigos, y jamás coincidieron. “No nos acabábamos de topar”, dice ella.

Hoy David tiene 51 años y Cecilia 48. Llevan trece años de casados y tienen una hija, Cecilia, de 11, su “regalito de Dios” como la llama ella. “Si David se hubiera rendido, no tendríamos nuestro hogar y a nuestra querida Ceci”, cuenta Cecilia en su blog, donde escribió un post dedicado a su esposo.

Él dice que a pesar del cambio brusco que dio su vida, lo volvería a vivir de nuevo. El único pero que tiene es no haber podido encontrar un trabajo acorde con su experiencia. Ha trabajado esporádicamente, ha concretado alguno que otro emprendimiento propio y tiene proyectos de modernización para digitalizar documentos y mantener archivos digitales, pero las puertas no terminan de abrirse.

“Yo siempre le digo que en el plan de Dios hay algo que falta para ti porque fue una nueva oportunidad de vivir”, dice Cecilia. Él también cree que es así.

 

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