Arte y magia en las manos de Adela Morán

25 de Noviembre de 2012
  • Adelita Morán
  • Adela Morán confeccionó el vestuario para Yelena Marich, Douglas López, Patricia Moreno, Philipp Beamish e Ivonne Hidalgo en la obra Pas de Cinque Lago de los Cisnes.
  • Para una obra teatral del grupo Ágora.
  • Para Yelena Marich y Philipp Beamish.
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate

Adelita Morán es una vestuarista de actores y bailarines clásicos que dedicó su vida a este oficio emparentado con el arte.

Adelita Morán cree que lo mejor en la vida llega a uno por casualidad. Así le ocurrió. Asistió a un taller de teatro. No triunfó como actriz, pero sí como vestuarista. Una vestuarista de ballet y teatro con arte y magia. Y aunque está retirada, los artistas no la olvidan. Este año en la Gala de la Danza, que la Casa de la Cultura organizó en agosto, se reconoció su trayectoria.

Todo comenzó en Vinces donde nació hace 92 años. A su pueblo natal lo recuerda precioso y culto, con sus famosos bailes animados por orquestas guayaquileñas y las señoritas y los caballeros vestidos de lujo.

Ya en Guayaquil, a sus 24 años asistió a un curso en la Casa de la Cultura, aunque según el director argentino, su voz no era para el teatro. Pero cuando montaron Otra vez el diablo, de Alejandro Casona, necesitaban una vestuarista y como ella les cosía a sus amigas, Carlos Zevallos Menéndez, en ese entonces presidente de la institución, le propuso el desafío. Ella aceptó, aunque nunca había hecho trajes de ese tipo. “Ahí empecé” –recuerda con brillo en su mirada–. “Hay que empaparse con la obra, hay que buscar el libro, hay que ver por dónde se puede hacer algo sujeto a la verdad y realidad del personaje. Eso es todo, nada más. Yo soy feliz haciendo eso. Hay que ponerlo todo. Las manitos, las horas de trabajo y la mente. Y el corazón”. Lo dice con esa forma tan particular de confeccionar sus frases.

Ahora ya no hace vestuario porque está cansada, pero lee para mantener vivo el espíritu. “Uno puede estar encerrado, pero el espíritu tiene que volar. –Es cuando me advierte. Si usted escribe lo que yo estoy diciendo, está bien. Pero si usted escribe lo que se le ocurre, yo le tuerzo el pescuezo”. Es que no le gustan las entrevistas ni ser fotografiada. Recién se ha cambiado de domicilio, como no ha desempacado no están a la vista sus objetos que testimonien sus gustos y trayectoria. Es soltera, sin hijos, vive sola y camina con cierta dificultad, pero está lúcida.

El actor Antonio Santos en su libro Se los bebió el silencio, donde da cuenta de los protagonistas del teatro guayaquileño de los años sesenta, expresa: “Todavía no puedo evitar que el alma se me nuble recordando el viejo teatro Olmedo… Jorge Córdova, con su ballet en la escena rusa. Adela Morán, cosiéndonos la ropa durante décadas a toda la gente de teatro”. En esa publicación se reproducen programas y fotografías de obras como El baile, de Édgar Neville, que en 1961 representó el grupo de teatro Ágora, con vestuario de Adela Morán.

A paso de ballet

En 1950, cuando la rusa Ileana Leonidoff se hizo cargo de la Escuela de Ballet, Carlos Menéndez la convocó para que se encargara de los vestuarios. “La maestra Ileana era maestra de todo” –evoca Adelita–. “No hablaba castellano, solo hablaba ruso e inglés. Y yo hablaba castellano y montubio” –ríe como una joven–. “¡Ya se puede imaginar! Pero fue cuestión de mente y de querer hacer. Nada más. Yo aprendí muchísimo con ella porque era una persona que quería enseñar”. Recuerda que las obras de ballet se presentaban una sola vez en una noche de gala en el teatro 9 de Octubre, que en El lago de los cisnes participaron 35 personas y ella tuvo que hacer todo el vestuario.

“Trabajaba en mi casa con una máquina eléctrica. El vestuario había que hacerlo volando. No había más remedio que volar”, lo cuenta como si en ese mismo momento los bailarines estuviesen danzando frente a ella. Evoca a algunos bailarines clásicos de esa época: Antonio Domínguez, Antonio Alvarado, Alfredo Burgos. “Piero Jaramillo haciendo el jinete, así volando en el aire, nadie saltaba igual que el gran Piero”.

También nombra a las bailarinas Noralma Vera, Esperanza Cruz, Vilma Espín. “Nora Guerrero en el escenario era una cosa espectacular. Un pájaro azul que hizo fue una preciosura. Bueno, tiempo pasado”. Refiere que a fines de los ochenta, su último trabajo para Ballet Concierto, agrupación liderada por Douglas López y Yelena Marich, a más de Philipp Beamish, Ivonne Hidalgo y Patricia Moreno, quienes entrenaron el teatro del Centro Cívico con sus vestuarios.

Marich, actual directora de la escuela de ballet de la Casa de la Cultura, comenta que Adelita era parte importante y complementaria del ballet clásico porque podía existir el escenógrafo, el coreógrafo y los bailarines, pero sin vestuario no se completaba una obra y ella confeccionaba esos trajes sin la actual tecnología. “En esa época hacer un tutú de ballet era ser maga” –cuenta Yelena–. “Ahora se hacen con alambre o telas tecnificadas. En esa época nada de eso existía. Por eso para parar un vestido de ballet tenías que tener algo de artista y de mago. Adela era única”.

Fuera de esos vestuarios artísticos, también con diseños propios confeccionaba trajes de gala, sombreros, tocados. Y para las fiestas de julio creaba y confeccionaba los vestidos de las candidatas a Perla del Pacífico que entonces desfilaban sobre una carreta halada por un burrito. Asimismo, todas las tenidas –bikini incluido- para el evento Miss Turismo que se realizaba en Salinas.

La artista plástica Patricia León, hija de vinceños, cuenta que Adelita a ella y a sus familiares le confeccionó disfraces muy hermosos y creativos: “Por ejemplo, en mi casa de mis tías había faldas de disfraces que estaban bordadas y pintadas a mano” –y reflexiona–. “En este momento que están de moda las llamadas fiestas temáticas, Adelita Morán podría ser la reina de esas fiestas”.

La vinceña también integró un grupo de arqueología de la Casa de la Cultura. Se confiesa amante de todas las artes. “Lo único que no he escrito es versos. Creo que voy a escribir mis memorias, a alguien le han de servir”, asegura expuesta a la luz de ese mediodía.

Lamenta no poder leer como antes. “En una noche me comía un libro y amanecía feliz” –calla y reflexiona un ratito–. “A ser joven nadie le enseña a uno, pero para ser viejo hay que aprender. Es un aprendizaje triste y doloroso. Pero si uno de joven se sintió feliz eso se hace fácil”. Le hago otra pregunta pero Adelita agotada de nostalgia, anuncia: “Ahí no más. Fin. Fin del baile”. Cae el telón, aplausos para ella.

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