A orillas de un río de barcos

18 de Mayo de 2014
Texto y fotos: Jorge Martillo Monserrate

En el barrio del Astillero, cuatro generaciones de los Huayamave han trabajado en la construcción y reparación de barcos.

Héctor Huayamave.Los Huayamave siempre han vivido y trabajado a orillas del Guayas. Desde el 2014, Héctor Huayamave Medina, de 60 años, está a cargo del Varadero Barcelona, taller de construcción naval anclado desde hace 48 años en el barrio del Astillero –calle 5 de Junio y Venezuela, a orillas del río-.

La mañana de ese domingo, Cristian II, un ex barco camaronero que próximamente pescará merluza, ocupa una de las parrillas del tradicional taller, mientras que un puñado de calafates, carpinteros y soldadores, reparan la popa de ese navío. Su proa, como una flecha, apunta la calle Venezuela y la popa averiada se refleja en la ría.

Héctor –un tanto apremiado porque al mediodía juega Barcelona en Ambato y quiere ver la transmisión de ese partido– cuenta que a mediados del siglo anterior los Huayamave Cedeño llegaron desde Daule y se instalaron a una cuadra del actual varadero. Su abuelo José empezó a construir embarcaciones. Cuando este falleció, su tío Juan instaló una parrilla de marea en la calle Letamendi y la ría, laborando ahí fue que a su padre Enrique Huayamave Salvatierra, actualmente de 97 años, se le presentó la oportunidad de construir lanchas para que la hacienda Bola de Oro, de Babahoyo, pudiera movilizar su producción de banano y cacao a Guayaquil. En esos tiempos, la vía fluvial era la más importante.

En 1996, cuando había logrado prestigio y más contratos, se independiza. Adquiere el actual terreno y con dos parrillas instala su propio taller al que bautiza como Barcelona porque es hincha de ese club de fútbol que nació en su barriada. En esa época se construían y reparaban canoas, lanchas, lanchones, pontones y después gabarras en madera y mixtas.

De cuatro hermanos, Héctor es el único que heredó el oficio. Pero todos quisieron ser futbolistas. Por ejemplo, Freddy jugó en Emelec pero su padre lo sacó y mandó a trabajar en Standard Fruit. Héctor luego de jugar como defensa central de la selección del Guayas, se estaba probando en el 9 de Octubre, un equipo de la primera categoría, hasta que un día su padre lo obligó a elegir entre jugar fútbol, pero sin su apoyo económico, y trabajar con él. “Yo tenía 19 años, y opté por quedarme en el varadero, porque en realidad el 9 de Octubre no era Barcelona, no era Emelec, era un club pequeño y opté por obedecerle. En esa época, la palabra del padre era ley. Esa es mi historia”, asevera Héctor enfundado en la camiseta del Barcelona de España. Al que su padre sí permitió ser futbolista profesional fue a Emilio, su hermano menor, pero porque jugó en la zaga del Barcelona y después en siete equipos más.

Héctor Huayamave desde hace 36 años trabaja en el Varadero Barcelona.

 

Embarcado en un oficio legendario

El oficio de Héctor Huayamave en nuestro puerto lo destaca la historiadora española María Luisa Laviana, que en su libro Guayaquil en el siglo XVIII refiere que durante la Colonia como en nuestra región existían excelentes maderas para emplearlas en la industria naval y contaba con experimentados carpinteros de ribera y calafates, la corona quiso establecer en Guayaquil su astillero real, proyecto que no se realizó completamente. Hacia 1740, la maestranza guayaquileña era la más numerosa del Mar del Sur, en nuestro astillero trabajaban 335 hombres: 254 carpinteros de ribera y 81 calafates. Esos mismos carpinteros eran los que construían las casas de la ciudad. Todos eran mestizos, mulatos, negros y zambos, en gran parte familia entre sí, porque los oficios se heredan.

“Tengo trabajando con mi papá exactamente 36 años –dice Héctor mientras supervisa la labor de un par de calafates-, yo me gradué de contador pero no quise seguir estudiando en la universidad, y me quedé ejerciendo la profesión de mi padre”. Comenzó manejando la camioneta del taller. Cuando se hizo de compromiso y nació su primera hija, su padre le cedió a un cliente de su cartera para que él volara con alas propias. Desde hace un par de años, está a cargo del varadero. Eso sí, su padre esporádicamente visita el taller para no perder la tradición.

Ahora por las características de las naves, a los tradicionales maestros carpinteros y calafates se suman fibreros, cortadores y soldadores. Maestros especializados de Guayaquil, pero en su mayoría de Playas, Posorja, Santa Elena, Anconcito, Manta y otras locaciones que contrata para que trabajen por obra.

Explica que a los astilleros con infraestructura, como el suyo que paga planillas de impuestos y servicios, sí les ha disminuido el trabajo a causa de la competencia informal. “En cualquier lado ponen tres palos en la playa, suben una embarcación y comienzan a trabajar –reflexiona Huayamave entre el ruido que producen las hachas y martillos de los calafates y carpinteros–, a muchos de ellos mi papá o mi tío les enseñaron a trabajar. Pero por ejemplo si nosotros cobramos 600 dólares por una reparación y ellos 250, algunos dueños de embarcación prefieren lo más barato”.

A media mañana, la marea empieza a subir y la ría suelta su aroma. Héctor Huayamave dice que en el barrio del Astillero, actualmente solo funcionan tres talleres. Siendo su padre el único de los antiguos maestros que permanece con vida.

Como toda buena historia se repite, ahora Héctor Iván, su hijo de 32 años, trabaja junto con él. “Imagínese somos cuatro generaciones –dice con orgullo–. Mi abuelo, mi papá, yo y ahora mi hijo. Cómo será de tradicional y satisfactorio este oficio que todos los cuatro lo hemos heredado”.

En el barrio del Astillero, los Huayamave siguen reparando naves a orillas del río Guayas.

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