Pedro Macías: Rodeado de imágenes religiosas

13 de Abril de 2014
  • Para Pedro Macías la restauración sacra no es solo un oficio, sino una especie de apostolado.
  • En su taller el restaurador trabaja junto con su esposa, Irene Contreras, y sus hijos, Giancarlo y Ricardo, a quienes les ha enseñado su oficio.
Texto y fotos: Jorge Martillo M.

El arte sacro de Pedro Macías y su familia es una tarea silenciosa que se luce en los altares de las iglesias de Guayaquil y otras ciudades.

Desde hace 33 años vive entre imágenes religiosas. Es la opción de Pedro Macías Villegas, guayaquileño de 51 años, quien pinta, talla y restaura arte religioso. Lo conocí años atrás, cuando él restauraba las antiguas imágenes de la Capilla del Santísimo.

El sábado que visité su taller, Villegas trabajaba con su equipo: Irene Contreras, su esposa, y Giancarlo y Ricardo, sus hijos. Todos les dan nuevos soplos de vida a Cristos, santos y vírgenes que llegan con sus cuerpos de madera corroídos por la voracidad del tiempo, los insectos y los pésimos artesanos.

Mientras le da las últimas pinceladas a un san Jacinto, imagen de la iglesia de El Morro, cuenta que de niño no sabía dibujar. Aprendió para evitar las malas calificaciones escolares. Terminó gustándole tanto que se la pasaba más dibujando que estudiando. “El arte no lo heredé, nació en mí”, afirma.

A los 13 años, empleando alfileres tallaba en lápices y tizas minúsculas escenas de enamorados y mujeres desnudas que vendía a sus compañeros de su colegio nocturno. Porque durante el día trabajó en talleres de publicidad, con un retratista de políticos y también con Genaro Ortega, conocido como el Mago del Papel, porque con papel periódico y engrudo moldeaba muñecos que pintados ganaban los concursos de años viejos que organizaba Diario EL UNIVERSO y los de carros alegóricos.

Fue trabajando con Vicente –hermano de el Mago, retratista y restaurador– que le picó el bicho de la restauración religiosa. En la noche, por un corto tiempo, estudió en la Escuela de Bellas Artes. Con lo aprendido, aquí y allá, en esos años de iniciación, abrió su primer taller de restauración en la 38 y Callejón Parra. En 1987, una monja que apreciaba su trabajo le sugirió que acudiera a formarse más con el maestro Gonzalo Montesdeoca, uno de los mejores escultores de arte religioso de Ibarra. De él recuerda sus palabras de bienvenida: “‘Aquí se viene a dañar para poder aprender; si no daña, no puede aprender’. Esa frase tiene lógica y eso hice durante siete meses”. Aprendió a tallar la figura humana, pero con las medidas anatómicas precisas y algo muy importante: afilar las gubias y sus demás herramientas para tallar madera, especialmente el cedro amargo que es la ideal.

Rodeado de imágenes –unas recién llegadas y otras restauradas–, afirma que lo más difícil de lograr es la expresividad del rostro y de las manos. “El arte religioso trata de que cuando uno mire una imagen, ese rostro lo llame a reflexionar, a meditar, porque uno se acerca a los santos porque ellos son ejemplos de vida, de fidelidad a Dios, y esa fe y paz es lo que los humanos necesitamos en la vida”.

Comenta que acaban de restaurar una imagen de María Auxiliadora que tenía el rostro pintado como personaje de circo, tuvieron que cortarle la cara, reemplazarla y ponerle ojos de vidrio para que la Virgen y el Niño Jesús recobraran vida. Asegura que la labor de restauración es la que lo impulsa, más que la paga.

Experiencias humanas y religiosas

Macías, devoto confeso de san Judas Tadeo, recuerda que su primera restauración la realizó en la iglesia de San Alejo, desde entonces ha trabajado en diversas iglesias de Guayaquil y de la costa. No solo restaurando imágenes, sino también altares.

En estos años ha vivido experiencias que siempre recuerda. Como en el 2004, cuando restauró al Cristo del Consuelo. Detalla que lo desalmó, que el empaste policromado estaba reventando por las malas restauraciones y el agua que le lanzan en las procesiones de Semana Santa; además, los ojos del Cristo estaban quebrados, por lo que pacientemente tuvo que despojarlo de 17 capas de pintura esmalte para llegar al color original.

“Los devotos, cuando me veían salir de la iglesia, querían que les diera, aunque sea, los pedacitos de pintura y las astillas del Cristo”, evoca. Cuenta que años después, a petición de monseñor Antonio Arregui, talló un Cristo en cedro amargo de 1,70 metros para los ecuatorianos radicados en Génova, Italia, que deseaban una réplica del Cristo del Consuelo de Guayaquil, imagen que –según Macías– es única por su expresión de resignación con la que acepta a la muerte.

“Hice la réplica, aunque mi Cristo tiene un poquito más de sangre –describe y bromea– como se dice: mandé piñas a Milagro”. Desde entonces, esos ecuatorianos realizan su procesión con el Cristo de Pedro Macías.

Una experiencia que no olvida la vivió en el Monasterio de las Carmelitas, cuya iglesia se levanta en un cerro de Montecristi. Cuando Macías en lo alto le daba los últimos retoques a un altar, empezó un temblor y para no caer se agarró a los brazos extendidos de un Cristo que empezó a balancearse con peligro de caer. Él que hasta la madrugada fumaba cigarrillos mientras trabajaba, ese día dejó de hacerlo.

Él es feliz porque su familia está aprendiendo su oficio. “Me gustaría dejar encendida esa llama y que continúe prendida”, manifiesta y cuenta que con su esposa e hijos han prometido restaurar gratuitamente una imagen por iglesia hasta completar 200. Hasta ese sábado habían intervenido 54, creen que en junio del próximo año cumplirán su cometido. “Lo hacemos porque hemos recibido muchísimas cosas de Dios y queremos ser recíprocos con Él”, dice Pedro Macías en su taller oloroso a madera santa.

Contacto: Gómez Rendón entre la 23 y 24. Telfs.: 099-211-7709 y 247-9435.

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