Todo lo que no sabemos Internet sí

Por Connie Hunter
25 de Agosto de 2013

“Tener acceso a la información es contar con más posibilidades de conocimiento. Pero no significa que por tener dicha información en nuestras manos, realmente la conocemos y entendemos”.

Desde inicios de los años noventa, con la aparición de los primeros motores de búsqueda en internet, la posibilidad para hallar información está en manos de todos los usuarios. Y, para bien o para mal, las cosas se han simplificado aún más con los dispositivos móviles que llevamos a todas partes. Nadie puede negar lo bien que se siente tener el poder de Samantha la hechicera, referente de bruja de mi infancia, que con un solo chasquido puede tener, si bien no un objeto, por lo menos información.

Al desconocer los límites de estas nuevas posibilidades, hay quienes llegan a veces a infringir normas y caen en el plagio. Se lo ve tanto en tareas escolares como en tesis doctorales. Pero también se lo encuentra en la vida cotidiana y en tiempo real. Solo que con eso de que a las palabras se las lleva el viento, no podemos corroborarlo muy fácilmente.

Una mujer, angustiada ante tal fenómeno, me describió lo que había notado con cierta frecuencia: una persona que tenía años de formación académica y experiencia profesional en su área, hablaba con otra que no tenía ni la más mínima idea del asunto. Mientras ella hablaba, el otro agarraba su teléfono inteligente y deslizaba sus deditos con total ligereza.

Luego de permanecer en silencio durante algunos minutos supuestamente escuchando a la experta, la interrumpió y con un “pero en internet dice...” arrancó su intervención. ¿Internet dice? Su fuente, resaltaba la mujer, era internet. No lo decía nadie en particular, lo decía internet. ¿Quién lo había escrito? No importaba, eso lo buscaba después. Y si lo buscaba, encontraba un seudónimo de esos de muchas siglas y numeritos que al final forman una palabra sin sentido.

Ese desconocido, del cual esta persona no sabía nada más que lo que había escrito en un portal, se convertía en su fuente y tenía más peso que lo que la otra le estaba explicando.

No por el hecho de estar en internet la información es veraz, le aclaró esta persona, continuando con el ejemplo de la mujer angustiada. Y como si fuera una competencia de conocimiento, el otro abrió otros enlaces y fue sumando a su intervención nuevos argumentos. Finalmente y para no alargar la historia, la experta en el tema se rindió. No por desconocimiento, sino por agotamiento y cierta aversión a la necedad.

Tener acceso a la información es contar con más posibilidades de conocimiento. Pero no significa que por tener dicha información en nuestras manos, realmente la conocemos y entendemos. Es más, a veces he llegado a percibir que delegamos al aparato tecnológico la inteligencia de la que de estos se habla. Si ellos ya son muy “smart”, los usuarios nos quedamos muy campantes y nos damos el lujo de no serlo.

Así, aplastando el botón de “search”, surgen expertos en todos los temas. Pero expertos por un día, una hora o quizás un mes, dependiendo de la memoria, otra cosa que también hemos delegado a la tecnología. Humanos expertos con el riesgo de convertirnos en robots cuya capacidad depende de los accesorios que adquirimos.

chunter@eluniverso.org

@conniehunterdg

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