Habemus papam: Tragicomedia en el Vaticano

23 de Agosto de 2015
Carlos A. Ycaza

Hace cuatro años, la película Habemus papam se presentó en el Festival de Cannes. Su director, Nanni Moretti, es para algunos críticos “el Woody Allen italiano”, pero en esta película él fue muy serio y hasta premonitorio.

“Creo que vaticiné la renuncia del papa Benedicto”, decía el director Nanni Moretti a un periódico italiano cuando su película Habemus papam se acababa de estrenar en Roma. Al igual que otros realizadores italianos por obras tan disímiles como La Dolce Vita (1960) o Divorcio a la italiana (1961), Moretti fue criticado duramente por la Iglesia después de sus declaraciones y también por la película en sí: una tragicomedia en la que el cónclave de cardenales se reúne para elegir al nuevo papa, quien inmediatamente tiene un ataque de pánico y se rehúsa a aceptar la responsabilidad.

El inicio es con tomas documentales de miles de feligreses en la plaza de San Pedro esperando el humo blanco que anuncia la gran noticia. Vemos a los medios de prensa arremolinados en medio de un público religioso y alborozado que refleja lo que sucede en vivo y en directo en todo el planeta, y la gran pregunta: “¿Tenemos papa?”. Pero en el balcón donde se realizará el anuncio no hay nadie. Lo que sucede en los salones del Vaticano es sobrecogedor. Los cardenales han votado finalmente por el cardenal Melville (el actor francés Michel Piccoli), pero su reacción es tan sorpresiva como chocante. “¡No, no, no, no puedo!”, grita ante las miradas atónitas de los cardenales de varios continentes. Y hay más angustiosos lamentos.

La puesta en escena de Moretti es brillante: de imágenes documentales pasamos a una meticulosa recreación de los interiores del Vaticano, con una pléyade de actores que encarnan a los cardenales en un momento cataclísmico. Mientras no hay humo blanco, ellos deben permanecer allí, incomunicados. Es una crisis terrible que los hace acudir a un psicoterapeuta (el actor-director Nanni Moretti) para tratar de ayudar a Melville a tomar una decisión.

Extraños giros

Si bien en el desarrollo de Habemus papam se podrían advertir los toques humorísticos que han caracterizado a otras películas del realizador, el trasfondo es patéticamente oscuro. Por sugerencia del especialista convocado (y también aislado del mundo junto con los cardenales), Melville es trasladado donde su exesposa (Marguerita Buy), quien también es psicoterapeuta. Y allí la película comienza a dar un giro extraño, porque al ver al cardenal sin sus hábitos de rigor, él es como un viejito vestido como cualquier mortal. Y veladamente comenzamos a sentir algo de su esencia humana, lo que los terapeutas no podían desvelar.

Melville se escapa de sus cuidadores en las veredas romanas. En el Vaticano no cunde el pánico porque –en su desesperación– el delegado de prensa no revela a nadie la noticia, mientras los cardenales se distraen con el terapeuta en un campeonato de vóley. Eso parece calmarlos momentáneamente, porque también hay un guardia en los aposentos reales que funge como el papa escondido.

En el hotel donde descansa, Melville conoce a una trupé de actores que están preparando La gaviota, de Anton Chejov. El asunto teatral parece obsesionarlo, porque en su memoria están su hermana actriz y los diálogos que todavía memoriza de esa gran obra del teatro ruso. Como que la realidad inventada del dramaturgo lo conecta finalmente a una existencia que misteriosamente nunca pudo comprender del todo.

Todo cambia

Son dos días y sus noches de deambular sin destino fijo, en los que escuchamos alrededor de este hombre la voz de Mercedes Sosa y su maravillosa Todo cambia. “Cambia lo superficial/ cambia lo profundo/ cambia el modo de pensar/ cambia todo en este mundo... Cambia el rumbo el caminante/ aunque esto le cause daño/ Y así como todo cambia/ Que yo cambie no es extraño”.

Cuando el protagonista es encontrado en un teatro, Moretti nos lleva de la mano a un final tumultuosamente inesperado. Habemus papam tiene que ver no solo con la ausencia de liderazgos en el mundo actual, sino con una recóndita intimidad de aquellos seres humanos predestinados a liderazgos de enorme poder.

Junto con Mercedes Sosa nos quedan las palabras de Melville antes de su decisión final: “Alojamos la palabra de Dios que él nos da, palabras que son para todos nosotros y que llevamos en nuestros corazones, con deseos, sueños, planes, y también preocupaciones y miedos. Tal vez nos asuste el periodo nuevo que estamos viviendo, hechos inauditos, una espera que nunca sabemos cuánto será de larga, pero que pide un corazón nuevo”. (I)

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