Habla el maestro Álex Aguinaga

02 de Febrero de 2014
  • Álex con su esposa, María Sol Sánchez, e hijos: Álex (i), Cristiani y María Sol, en su partido 100 con la selección. Quito, noviembre 20 del 2002.
  • El 3 de octubre de 1999, Aguinaga quedó campeón con el Necaxa de la copa Concacaf, máximo trofeo de los clubes de Norte, Centroamérica y Caribe.
Texto y foto: Moisés Pinchevsky

Viajamos a Loja para visitar al capitán de nuestra primera selección mundialista, clasificada a Corea-Japón 2002. Álex Aguinaga alaba los avances alcanzados en el fútbol ecuatoriano, pero indica que aún queda mucho por lograr.

Una voz en el teléfono cambió su vida hace 26 años. “Ella llamó a mi casa. Yo nunca contestaba el teléfono, pero contesté. Se presentó como una fan que quería saludar. Me gustó su voz, la invité a salir y terminamos casándonos”.

Así resume el ibarreño Álex Aguinaga uno de los capítulos más importantes de su vida, cuando conoció a su esposa, la quiteña María Sol Sánchez, hoy madre de sus tres hijos: Álex (24 años), Cristiane (21) y María Sol (16), todos de nacionalidad mexicana.

Tan escueto compendio lingüístico, combinado con una mirada directa e inquebrantable, exhibe parte de la personalidad del eterno número 10 de la selección ecuatoriana: tranquilo, serio, formal, prudente, imperturbable, discreto, casi seco, como si cualquier palabra extra fuera un desperdicio que prefiere evitarse.

Su solemnidad combina adecuadamente con la sobria decoración del lobby del hotel Howard Johnson de la ciudad de Loja, donde reside desde que en julio del año anterior asumió el cargo de director técnico de la Liga Deportiva Universitaria de esta ciudad sureña, capital musical y de las artes del Ecuador.

Director de orquesta

Su contratación quizás responda a que Álex Darío Aguinaga Garzón, nacido el 9 de julio de 1968, supo ponerle letra y música al fútbol ecuatoriano. Lo hizo desde la niñez como jugador de la escuela Borja 2, en la adolescencia en el club Ciudad de Quito y luego como profesional en equipos como Deportivo Quito, Necaxa (México) y Liga Deportiva Universitaria de Quito, en el cual se retiró en el 2005.

Han pasado casi nueve años desde ese adiós al pasto de las canchas, y transcurrieron tres años más desde que figuró como capitán de la selección nacional que por primera ocasión representó a nuestro país en una Copa del Mundo, precisamente en Corea-Japón 2002.

“Todo cambió (en el fútbol ecuatoriano) cuando clasificamos a un Mundial. Nos dimos cuenta de que sí podíamos clasificar (…). Ayuda mucho el tema psicológico, que estés convencido de que puedes lograrlo. La gente no convencida no cumple (sus metas)”, indica el llamado Maestro, agregando que él siempre estuvo seguro de que Ecuador podría superar a equipos como Brasil, Argentina, Chile, Colombia, Paraguay o Uruguay.

Pero “esto no es tenis, todos debíamos estar convencidos, trabajar en conjunto, pero la unión no es algo que caracteriza al futbolista ecuatoriano”, indica.

Álex explica que con sus compañeros conformaron un grupo humano de condiciones extraordinarias, pero como capitán de ese conjunto y líder de sus compañeros acepta que había divisiones en el camerino.

“Era muy separado y era muy notorio. Eran los jugadores de la Sierra contra los de la Costa, los monos contra los longos. Cada uno estaba jalando para su lado y quería tener el poder, el control, manejar todo a su conveniencia, que juegue mi amigo, no te doy la pelota porque quiero que juegue mi compañero de equipo, porque me cae mejor mi compadre. Eso es el manejo del poder en un equipo de fútbol. Así lo sentía en mi época”, comenta con su voz firme, tranquila, decidida, como si no dudara en compartir esta experiencia porque la considera vital para el bien de esta profesión.

Álex observa que la actual generación de jugadores luce más unida, mucho más profesional, más abierta, “por los videos que suben los jugadores (en que se los observa bromeando entre ellos), hay más grupo, es más homogéneo; todavía se mantienen grupos cerrados porque los seleccionados son unidos, por ello puede ser difícil que entre otro jugador (al grupo de amigos), pero hay más apertura que antes”.

Otro detalle en el cual Álex nota avances es en la relación entre los directivos y los jugadores. “El futbolista era abandonado, fuimos pisoteados de toda manera, los directivos tenían el sartén por el mango, no te pagaban, te botaban, no podías cambiar de equipo, los directivos se ponían de acuerdo para pagar menos, no había premios. Los directivos mandaban 100%”.

Aunque ahora se observa en algunos casos todo lo contrario, considera Aguinaga, ya que a veces el jugador quiere imponer sus condiciones. “Eso tampoco está bien. Debemos encontrar un punto medio al cual todavía no llegamos”, por lo cual a menudo se escucha en la prensa sobre enfrentamientos entre ambas partes, como si la “lucha por el poder” de los camerinos tuviera versiones en otros espacios.

Siempre su palabra

Entrevistas anteriores publicadas sobre Álex Aguinaga lo muestran como un hombre bromista con sus compañeros, tímido con las mujeres (en sus años de soltero), “zanahoria” en su comportamiento, fanático de su familia y extremadamente profesional en la cancha.

“Siempre me exijo al máximo, por eso pedía que los demás hicieran lo mismo. Otra cosa es que mi máximo sea mayor o menor al máximo de otro jugador, pero no importaba: ese era tu máximo y debías alcanzarlo”, comenta el Güero (rubio), como es conocido en México, en donde tiene una escuela infantil de fútbol, manejada por su esposa e hijo mayor.

Al igual como se mostraba en la cancha, Álex habla exigiéndose por completo en cada comentario, como si su voz tuviera un valor especial que él mismo se ha ocupado de cultivar. Por ello rinde especiales honores a la palabra, al apretón de manos, al acuerdo entre caballeros que no requiere firma de contrato para que deba respetarse.

“La palabra es todo”, indica Álex, al comentar una anécdota ocurrida en 1989 poco antes de emigrar al fútbol internacional, cuando tenía 20 años. El Grupo Televisa, propietario del equipo Necaxa, había llegado a un acuerdo verbal para adquirir su pase por la cifra de

$ 280 mil, la cual era considerada histórica para el fútbol ecuatoriano. Sin embargo, el precio pactado aún resultaba poco para las condiciones que Álex mostraba en el Deportivo Quito, en el cual debutó a los 16 años en 1984. Poco después se contactó Fabio Capello, director técnico del AC Milan de Italia, a ofrecer $ 3 millones para contratarlo.

“No había ningún acuerdo firmado con México, pero había dado mi palabra”, comenta Álex sobre esa decisión de la que no se arrepiente, ya que llegó a sentirse tan bien en ese conjunto azteca que jugó allí desde 1989 hasta el 2003, ¡15 años!, y llegó a convertirse en el futbolista extranjero más valioso de México en la década del noventa.

Así es el valor de su palabra, la cual ya lo tiene 24 años radicado en México, porque su esposa y tres hijos siguen viviendo allá. “Nuestra vida familiar está allá, mis hijos son mexicanos, sus mejores amigos son mexicanos… Ellos me apoyan 100% en mi decisión de trabajar en Loja, saben que esta es mi profesión, la cual me puede llevar a trabajar incluso más lejos… Pasamos la Navidad y fin de año juntos en México, lo cual te da fuerzas para continuar”.

Indica que se siente muy a gusto trabajando con el equipo lojano, pero cuando lo asalta la nostalgia familiar logra calmarla con mensajes de texto o videoconferencias con su esposa e hijos, “a toda hora, en cualquier momento, uno siempre extraña a la familia”, señala con su tono pausado y amable, mirando de frente, como si compartiera un secreto íntimo que abraza su corazón, como si dentro de sí volviera a escuchar esa misma voz que, quedita y dulce, lo enamoró hace 26 años al otro lado del teléfono.

Todo cambió (en el fútbol ecuatoriano) cuando clasificamos a un mundial. Nos dimos cuenta de que sí podíamos clasificar (…). Ayuda mucho el tema psicológico, que estés convencido de poder lograrlo. La gente no convencida no cumple sus metas”, Álex Aguinaga

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