Arq John Dunn Insua

‘Guayacollage’

Estamos entre una modernidad mediocre, de detalles ausentes,
y conceptualizada a medias; y una pastelería de hormigón, que pretende imitar los templos y edificios de pasados ajenos...

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n términos generales, toda ciudad es la suma de la colectividad que la habita. Eso significa que la personalidad de un área urbana es la sumatoria de todos los individuos que viven y trabajan en ella; así como sus conflictos, anhelos, aspiraciones, logros y traumas.

Es un hecho innegable que existe una retroalimentación cíclica entre la ciudad y el ciudadano. Obviamente, la influencia que ejerce la ciudad sobre sus habitantes es mucho mayor que la repercusión que un solo ciudadano puede tener en la ciudad. Aldo Rossi, pensador italiano de la arquitectura, aclaró esta relación declarando: “…siempre he afirmado que los lugares son más fuertes que las personas; el escenario [es] más que el acontecimiento. Esa posibilidad de permanencia es lo único que hace al paisaje o a las cosas construidas superiores a las personas”.

Ahora, ¿qué se puede decir en el caso de una ciudad, que durante casi tres cuartas partes de su existencia fue construida con materiales perecibles e inflamables? ¿Tiene capacidad de influencia o de continuidad cultural una ciudad que ha sido devorada por el fuego y los piratas durante más de 350 años? Obviamente, la arquitectura no es la única alternativa para que los pueblos desarrollen su cultura. Sin embargo, la arquitectura sí es una de las vías que demuestra la consolidación de la misma.

La personalidad de Guayaquil ha logrado consolidarse a través de otras vías, alternas a la tradición constructiva. Más allá de sus conflictos y negaciones –propios de toda metrópoli– Guayaquil es cálida, dinámica, efervescente, fenicia y veneciana. El comercio es su esencia vital, el núcleo del cual ha surgido siempre el empuje necesario para poder sobreponerse a las adversidades que le ha tocado enfrentar a través de su historia.

Nos encontramos en ese punto convergente entre madurez cultural y capacidad constructiva, que implica dar el gran paso de proyectar nuestras obras para las generaciones futuras, y no solo para nosotros mismos. Debemos dejar de entender a la arquitectura y a la construcción como un producto más. La arquitectura es más que un servicio. Es la solución de problemas –tanto individuales como colectivos– mediante la manipulación del entorno y el espacio. Los arquitectos proyectistas debemos reflexionar y definir si nuestra cultura comenzará a adquirir una identidad espacial propia, o si va a seguir tambaleándose entre las opciones imitativas que predominan actualmente. Y es hora de escoger otras opciones, más allá de las existentes en el mercado actual. Estamos entre una modernidad mediocre, de detalles ausentes, y conceptualizada a medias; y una pastelería de hormigón, que pretende imitar los templos y edificios de pasados ajenos, pero que termina materializando cosas semejantes a pasteles de bodas hechos en cemento blanco.

Los arquitectos debemos también asumir nuestras responsabilidades y asumir nuestro verdadero rol en la sociedad. Hay que dejar a un lado las susceptibilidades personales; desarrollar una cultura de la crítica arquitectónica, que nos permita resaltar los buenos diseños y reprochar los malos. Una de las costumbres que más daño le ha hecho a nuestro espacio público es el miedo a denunciar las obras mal logradas, con tal de no ofender a sus autores. ¿Se imaginan cuál sería la realidad de ciudades como Buenos Aires, Nueva York, Londres o París si sus diarios no tuviesen columnas de arquitectura, semejantes a nuestras columnas de crítica de cine, música o teatro? Aquellas urbes continuarían siendo los arrabales templados que fueron durante el siglo XIX.

Es hora de que los arquitectos guayaquileños nos propongamos diseñar y proyectar para nuestra realidad, nuestro espacio, nuestro clima y nuestro tiempo. Debemos dejar de imitar a Miami, a Roma; e incluso dejar de imitar a nuestro propio pasado (lo cual no significa que no podamos seguir aprendiendo de él). Solo así lograremos que en nuestras calles, edificios y plazas se refleje lo que somos y lo que queremos ser el día de mañana.

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