LOS CENTRÍFUGOS

Lo que para unos puede parecer un espacio saturado de tráfico y ruido, para ellos es un sitio único. Los centrífrugos son aquellos que aman, viven y disfrutan del centro. Dicen que tiene de todo: arte, música, zonas peatonales, recreación y un silencio nocturno incomparable. Conozca por qué viven allí.


DIVERSIDAD URBANA

Tina Zerega dice que el centro conserva aún la vida del barrio.
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ive en el centro desde que nació, en el callejón Rosales Pareja entre las calles Manuel Galecio y Rumichaca. Tina Zerega, investigadora y comunicadora social , confiesa que le gusta el centro porque aún conserva algo de la vida de barrio. “No me he sentido muy a gusto –todavía– en ciudadelas y lugares cerrados. Creo que el centro, sus calles, la gente que transita, recoge algo de la diversidad urbana, y para mí es importante recorrer espacios donde aún pueda toparme con gente distinta”.

Tiene algunas ventajas. “Siempre hay transporte a la mano y no manejo”. Además, dice, está bastante cerca de todo lo demás. Del Mercado Artesanal. La Zona Rosa. El cine del Malecón. Y de otros barrios. “Cerca está la Bahía, por ejemplo, donde se encuentran las cosas más variadas y curiosas a buen precio. Mi madre nos llevaba en enero, cuando acababa la Navidad, a comprar los mismos juguetes a una tercera parte del precio. Me gusta algo de ruido, de aglomeración, pero sé que es mi caso, otros preferirán el silencio, la tranquilidad de las ciudadelas. Por esas razones vivo aún en el centro”.


LOS ETERNOS FARREROS

Los Murillo si volviesen a nacer otra vez, lo harían en el centro.
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e dejan llevar por la corriente de la noche. La avenida 9 de Octubre y la calle García Avilés son su punto de partida. Los hermanos Murillo, Alejandro (de 26 años) y Javier (de 24), llevan toda una vida viviendo en el centro de la ciudad, en un departamento en los altos Supercines. Este “dúo dinámico” lidió desde siempre con el espectáculo y fiesta, ya que antes de que existieran estas salas de cine debajo de su hogar estaban las locaciones del programa concurso ‘La Feria de la alegría’. Nunca les incomodó la situación, ya que deportes como el ciclismo, atletismo y natación los mantenían ocupados. No obstante, llegaron a los 18 y con ellos el inicio de su etapa farrera. Al principio, todos los miércoles salían de su casa hasta la Zona Rosa a ver qué les deparaba la noche. Atenea, Piranha, Ojos de Perro Azul fueron sus lugares favoritos; y el rave y la electrónica, sus aliados. Los días de fiesta aumentaron, y también sus zonas de “chupa y de sana diversión” (Malecón del Salado y barrio Las Peñas). Cómo se van y cómo se regresan, nunca les ha preocupado porque aman caminar y esa es una de las ventajas que les da el centro. Dicen que seguirán dejándose “arrastrar por esa corriente de vivir y gozar” en un espacio que les ha dado hermandad y diversión.

PASA LO QUE LES INTERESA

Ricardo Bohórquez e Isabel Mármol viven en un edificio frente a la Gobernación del Guayas.
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l sol se cola por las ventanas del balcón, el río Guayas envía su brisa mientras la intensidad del centro en pleno día fluye con el transcurso de las horas. Isabel Mármol y Ricardo Bohórquez lo disfrutan todo junto, a diario, en el departamento que comparten en el cuarto piso de un edificio situado en Aguirre y Pichincha.
Son amigos desde hace más de una década, compañeros de departamento y han hecho del centro su hogar. Recorren y disfrutan sus espacios porque ahí “tienen todo lo que les interesa”: museos, espacios de arte, música, restaurantes.
“Tenemos el termómetro de la ciudad”, dice Isabel, diseñadora gráfica y de modas. Desde su balcón ven el paso de las marchas y también de las bandas de música que encienden las fiesta de la ciudad
Se mudó hace un año. Antes vivía en la av. Carlos Julio Arosemena y dice que aunque el centro es más ruidoso en el día, es mucho más silencioso que su antigua casa durante las noches. “Hay montón de gente de nuestra onda, gente joven que no le interesa tener un carro, nos gusta caminar, asistir a exhibiciones, charlas, talleres”. Le gusta correr por el Malecón y como diseñadora de modas tiene todos los almacenes de telas al paso.

Ricardo, arquitecto y fotógrafo, vive en el centro desde 1999. Y no lo cambia. Le gusta porque todo está cerca y está hecho para una forma de vida más gregaria. Tienen tiendas, comida diversa, espacios culturales e incluso recicladores, lo que permite clasificar desechos.
La arquitectura también hace la diferencia. Su mismo edificio, construido en 1956 por un arquitecto catalán, capta gran iluminación y es más ventilado debido a la altura de su techo. El balcón les da una vista hacia la isla Santay, la Plaza de la Administración, las calles Pichincha y Aguirre.
Sentados en una mesa en el balcón, donde desayunan o toman una taza de café en la tarde, dice que es un espacio clave para emprender iniciativas que luego puedan replicarse en la ciudad.

SU DECORACIÓN SON EL RÍO Y LA NATURALEZA

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asta 1990 Ricardo Amat (41 años) era un extraño en su propia tierra. “Mi papá trabajaba para la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y siempre vivimos en el extranjero”, relata. “Pero quería saber lo que era vivir en tu propio país”. Así este amante de la música, el arte y la naturaleza decidió regresar a Ecuador. Primero vivió detrás de la Casa Rosada y ahora alquila un departamento en el sector de la calle Numa Pompilio Llona, en Las Peñas, al pie del río Guayas. “Estar rodeado de la naturaleza es el objetivo de estar aquí. Tengo la Santay enfrente, el río cada mañana, es maravilloso”, expresa. Asegura que no tiene necesidad de vehículo, por lo que vendió su auto y ahora caminar es su forma de transporte. “Vendí mi auto por lo complicado que es salir y entrar en esta calle. Ahora me manejo completamente a pie sin ningún problema”. Añade que el centro se ha convertido en una cuna para las nuevas tendencias musicales y artísticas, aunque reconoce que es necesario invertir en seguridad para quienes lo visitan. ¿Regresaría al extranjero? Su respuesta es muy clara. “Es muy fácil decidir irse a otro país, pero aquí hay bastante trabajo”.



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